Por Juan Gaitán

Dos circunstancias en concreto me invitan a reflexionar acerca de la verdad. La primera, es que tuve la oportunidad de ver la película La dictadura perfecta; y la segunda, el modo como los medios de comunicación y las autoridades han manejado los hechos acontecidos en Iguala, Guerrero.

Una definición clásica de la «verdad» que la filosofía cristiana se ha apropiado es y que cito por su sencillez es: la adecuación de la mente a la realidad. Es decir, que entre el «dato» que conocemos y la realidad exista una correspondencia.

Esto es algo propio y natural al hombre. Pongamos un ejemplo muy sencillo: Cuando preguntamos algo como ¿qué hora es?, no esperamos una mentira por respuesta. La Creación de Dios es un todo ordenado con el cual el hombre es invitado a entrar en una relación armónica, pero esta relación se contamina cuando el hombre es engañado por otro hombre o cuando se engaña a sí mismo.

Para el evangelio de Juan esto es vivir en la luz, vivir sabiendo qué hay frente a nosotros para poder dar el siguiente paso. Tal es la importancia de la «verdad», que el evangelista no duda en equiparar este concepto con Jesucristo (Jn 8,31-32).

México: La verdad en crisis

Es evidente que en tiempos recientes nuestro país atraviesa una crisis político-social. Podemos constatar, como pueblo mexicano, que los Derechos Humanos no son respetados como deberían, sin embargo, cada que los medios de comunicación nos hacen llegar cierta información, nos vemos en la necesidad de preguntar: ¿será cierta esta noticia o se pretende un engaño?

Lo mismo nos sucede cuando la autoridad emite una versión acerca de algunos acontecimientos (como ejemplo, las palabras del Lic. Murillo acerca del paradero de los 43 normalistas desaparecidos). Por más coherentes que sean los discursos, por el simple hecho de venir de la clase gobernante, las circunstancias nos orillan a ponerlos en duda. ¿No es esto algo inhumano?

Una de las armas principales de la corrupción, así pues, es la mentira, el moverse en la obscuridad. Los medios de comunicación también son tentados por las «verdades a medias» o sesgadas para lograr un mayor público, pues el fin económico no deja de estar a la base.

Se habla mucho en las redes sociales de la transformación de nuestro país a través del pueblo, de aportar cada quien su granito de arena. Pues este tema es un pilar para la conversión: aceptar vivir en la verdad. Cada quien, desde su sitio, ha de moverse en una sana transparencia. La mentira se puede convertir en un vicio que crece casi de modo imperceptible en nuestras vidas.

Como cristianos, sin lugar a dudas, tenemos un compromiso con la verdad, sin miedo a reconocer el propio pecado y a aceptar las consecuencias. Participar de la mentira nos vuelve parte de un sistema de corrupción. Sin sanas intenciones, es difícil, quizá imposible, la transformación de la sociedad, porque sólo la Verdad nos hará libres.

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