Por Fernando Pascual |

Una película. El protagonista huye de la policía. Corre por una calle. Empuja a un vendedor ambulante que cae por tierra. Luego sigue su carrera frenética.

Una novela. La joven acaba de romper con su novio. Camina triste, en silencio, por la plaza. Se le acerca un mendigo. Sin mirarle a la cara, le deja dos monedas. Luego entra a su casa y se echa a llorar.

Uno de nosotros en la vida cotidiana. Entramos en la oficina para recoger un documento. Otros esperan, antes o después de la fila. Quizá un saludo sencillo, pocas palabras o ninguna. Sólo al llegar al mostrador nos animamos. Explicaciones, súplicas, protestas, y salimos felices con ese importante papel impreso.

En las películas, en las novelas, en la vida real, hay protagonistas que brillan, que ocupan el centro de la atención, que sienten y que sufren, que se alegran y que triunfan. A su alrededor, el guión inventado o la vida real hace que giren otras personas con un rostro más o menos definido, que entran y salen de la escena de un modo fugaz y discreto.

El escritor de una novela, el guionista de una serie televisiva, centra su atención en pocas personas, pero “usa”, como parte de la trama, a personajes secundarios que sólo “sirven” unos instantes. También nosotros, a veces miramos a otros como encuentros casuales, o simplemente como alguien que nos puede decir dónde se encuentra esa calle y nada más.

Sin embargo, el “personaje secundario”, ese hombre o esa mujer que sólo aparecen unos segundos durante la película, también tiene su historia, sus sueños, sus ilusiones, sus penas. Igual que ese policía que pasea tranquilo por la calle, o ese señor anciano que espera a nuestro lado el momento en el que será llamado por el médico.

Ningún ser humano es un momento fugaz en el camino de la historia. Nadie “sirve” como parte transitoria de una novela. Para el corazón de Dios, todos somos valiosos, todos tenemos que llevar a cabo una pequeña o una gran misión en esta tierra.

En un mundo saturado de prisas, de noticias, de rostros, no es fácil abrir los ojos para ver en ese “personaje secundario” a alguien importante. Tan importante que Dios lo ama. Tan importante que merece, en mi alma, un lugar de respeto, de atención y de cariño auténtico.

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