Por Felipe Monroy, director de Vida Nuva México |

Charlie Hebdo. La sangre de sus mártires hace universal sus portadas, sus dibujantes y su línea editorial. De alguna manera, con el ataque mortal a sus miembros, se inauguró una cruzada para recuperar ese ambiguo territorio de la libertad y el derecho a la expresión de las convicciones.

De las primeras reacciones tras los trágicos acontecimientos estuvo la del gremio, los periodistas, los que sintieron el zumbar de las balas al repensar alguno de sus textos, ilustraciones o discursos. La respuesta era obvia: Yo también soy Charlie.

Después vino una adhesión social; más que multitudinaria, masiva. Ser Charlie Hebdo significó solidaridad y repudio, miedo y valentía, ser liberal y conservador. Todo al mismo tiempo, todo tan difuso e inabarcable como la masa misma. Ser Charlie era tan buena como mala idea, tan legítima como impostada, tan moderna como reaccionaria, tan mediática como marginal, tan circunstancial como planificada. Entonces, algunos quisieron no ser Charlie.

‘Yo no soy Charlie’ dijeron los que condenaban el acto terrorista en contra de los dibujantes pero que rechazaban su línea editorial. “Lloramos a aquellos que no nos hacían reír”, apuntó el autor de Padreblog que rápidamente fue traducido a varios idiomas y recorrió el mundo montado en las olas de la difusión internauta.

Pero también hubo otros que fueron más lejos con los artistas de Charlie: “no quiero decir que lo merecían, pero se lo buscaron”. Reprobable. Una voz así solo es eco de otras que devastan el tejido social. No hay cara para decirlo frente a las víctimas. Pensemos en quienes sufren extorsión y, en el momento en el que no pueden pagar el derecho de piso o cumplir los deseos de los criminales, son ejecutados bajo esa misma frase: “no es que lo merezcan, pero ellos se lo buscaron”. Esa frase se repitió en Tlatlaya, en Iguala, en Tlatelolco, en Aguas Blancas; vaya, incluso Poncio Pilato la pensó.

Entonces, la esquizofrenia: no saber si se podía ser Charlie o no. Serlo también significaba ser blasfemo o partidario de la ridiculización de la fe de la gente inocente; no serlo, convertía en un insensible inhumano. Pero la moral debe guardar el orden de la naturaleza del hombre con el uso de la razón. En función de esta moral, más allá de ser o no ser, se debe creer que podemos aspirar a un entendimiento de hábitos y virtudes razonables de nuestras palabras y obras. Algo que los asesinos, simplemente no ven.

No hay razón para la autocensura por parcialidades del ser o no ser, porque dicha ordenanza nace del miedo o el interés de silenciar lo que se debe decir; pero sí de tener la convicción de ser más estrictos en el autocontrol, porque debemos garantizar estándares más altos de calidad en nuestras publicaciones. Esos estándares pueden ser técnicos, tecnológicos o estilísticos; aunque también éticos, morales y culturales. Dice el clásico: “El necio da rienda suelta a su enojo, pero el sabio sabe calmarlo”.

 

 

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