Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |
Hoy celebramos a la Virgen de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo, momento de oración y ofrecimiento del sufrimiento, e invitación a ser solidarios con los enfermos (cfr. Juan Pablo II, Carta por la que instituye la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, 3).
Fue el 11 de febrero de 1858, cuando a santa Bernardita se le apareció en una gruta a las afueras de Lourdes, Francia, la Virgen María, quien le pidió escarbar ¡y brotó un milagroso manantial! Desde entonces, millones de peregrinos van al Santuario de Lourdes, donde muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas.
Uno de esos peregrinos fue san Juan Pablo II, quien explicaba que los enfermos van a Lourdes inspirados por el Evangelio que narra cómo en las bodas de Caná, que estuvieron a punto de convertirse en un drama por haberse terminado el vino (signo del amor y la alegría), María intercedió por los novios ante su divino Hijo, quien convirtió el agua en vino. «Los enfermos van a Lourdes –concluía Juan Pablo I– porque saben que allí está la Madre de Jesús: y donde está Ella, no puede faltar su Hijo” (11 de febrero de 1980).
El mismo Pontífice aclaraba que la curación milagrosa es, sin embargo, algo excepcional; que el verdadero milagro es que los enfermos descubren en Lourdes el valor del propio sufrimiento; que Cristo está con nosotros, como el amigo que nos comprende y nos sostiene; como el pan vivo bajado del cielo, «que puede encender en esta nuestra carne mortal el rayo de la vida que no muere” (ídem).
En su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2015, el Papa Francisco nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Y pide que lo hagamos desde la sabiduría del corazón; actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón, que lleva a salir de sí para servir al hermano enfermo y hacer que se sienta más amado y consolado.
Francisco comenta que la experiencia de dolor de Job encuentra respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. De igual modo –explica–, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, vivido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el ser humano no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.
Como aconseja el Papa, pidamos a María, que ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada, Jesucristo, que interceda por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos, para que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos recibir y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón.