Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |
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Quienes estamos cerca de tantas personas que sufren diversos tipos de pobreza, que sobreviven con lo mínimo, que carecen de recursos para médicos y medicinas, que no tienen acceso a mejores niveles de educación, que padecen desnutrición, que trabajan y trabajan y no salen de su marginación, sentimos la urgencia pastoral de hablar sobre la necesidad evangélica de luchar contra las injusticias y la exclusión, pues no podemos quedarnos indiferentes ante tanta desigualdad social que vemos a nuestro alrededor. Pero no faltan quienes automáticamente nos critican, nos descalifican, cierran su mente y su corazón, y dicen: Otra vez con lo mismo… ¿Por qué habla tanto de estas cosas? Ya lo contagiaron con la teología de la liberación… Ya lo hicieron cambiar… Antes no hablaba así…
Hay que reconocer que a veces, por insistir mucho en esto, damos la impresión de restarle importancia a otros puntos del mensaje evangélico, y de sacar el tema venga o no venga al caso. Con todo, pareciera que no le damos la centralidad que este asunto tiene para la Iglesia.
PENSAR
El Papa Francisco nos ha insistido mucho en la importancia de amar a los pobres, de darles el primer lugar en la Iglesia y en nuestra vida, de hacer lo que más podamos por ellos, no sólo en lo asistencial inmediato, sino en un cambio de estructuras que son excluyentes e injustas. Lo hizo desde que inició su servicio como pastor universal. Algunos se lo han tomado a mal y no ha faltado quien lo califique de marxista, de teólogo de la liberación, como si ésta fuera de por sí siempre heterodoxa. Sin embargo, su convicción no es demagógica, ni circunstancial, sino profundamente arraigada en la Palabra de Dios. Retomo sólo algunas de sus más recientes insistencias.
Durante su viaje a Filipinas, dijo en Manila: “Los pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio. Si quitamos a los pobres del Evangelio, no se comprenderá el mensaje completo de Jesucristo… El gran peligro es el materialismo que puede deslizarse en nuestras vidas. Sólo si somos pobres, sólo si somos pobres nosotros mismos y eliminamos nuestra complacencia, seremos capaces de identificarnos con los últimos de nuestros hermanos y hermanas. Veremos las cosas desde una perspectiva nueva, en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a la desigualdad escandalosa” (16-I-2015).
Y lo ratificó en la entrevista que concedió a los periodistas, como es ya su costumbre, durante el vuelo de regreso: “Si quitamos a los pobres del Evangelio, no podemos comprender el mensaje de Jesús. Los pobres nos evangelizan. Déjate evangelizar por ellos, porque tienen valores que tú no tienes” (19-I-2015).
A los jóvenes exhortó: “Siempre hay alguien cerca de nosotros que tiene necesidades, ya sea materiales, emocionales o espirituales. No importa lo mucho o lo poco que tengamos individualmente; cada uno de nosotros está llamado a acercarse y servir a nuestros hermanos y hermanas necesitados. El mayor regalo que les podemos dar es nuestra amistad, nuestro interés, nuestra ternura, nuestro amor por Jesús. Quien lo recibe, lo tiene todo; quien lo da, hace el mejor regalo. Por favor, ¡haced más! Por favor, ¡haced más! Qué distinto es todo cuando sois capaces de dar vuestro tiempo, vuestros talentos y recursos a la multitud de personas que luchan y que viven en la marginación” (18-I-2015).
ACTUAR
¿Qué podemos hacer tú y yo por los pobres? Ante todo, evitar despreciarlos o menospreciarlos. No los hagamos desechos de la humanidad, aunque a veces sintamos el deseo instintivo de alejarnos de ellos, de deshacernos de su presencia. Son personas, como tú y yo. Tienen sentimientos, como los tenemos todos. Necesitan no sólo una moneda o un pan; sino ser escuchados, valorados, apreciados, respetados y tomados en cuenta. Darles unos minutos es más importante que darles algo material. Ponte en su lugar: si tú estuvieras en su lugar, ¿cómo querrías que te trataran? Así trátalos a ellos. Este es el camino de Jesús y es el camino de la Iglesia.
Aprovechemos la Cuaresma, para ser más hermanos de los pobres y de cuantos sufren.