Por Fernando Pascual |
Vemos rostros, encontramos personas. Lo que hay dentro, el misterio de cada existencia, permanece muchas veces oculto.
Porque no sospechamos que en ese mendigo hay una historia de amor herido, de familia rota, de desprecios y de cariños.
Porque no pensamos que ese médico que atiende fríamente a sus enfermos sufre cuando llega a su hogar y constata que no sabe cómo ayudar a sus hijos ya adolescentes.
Porque no sabemos que ese policía severo tiene un corazón hambriento de cariño y desea percibir ojos que lo traten simplemente como a un ser humano.
Cada existencia esconde mil misterios. A veces bajo la cubierta de un caparazón duro, impenetrable. Otras veces tras un rostro que da una apariencia cuando la realidad del corazón es completamente diferente.
Por eso cuesta tanto descubrir lo que hay en esa persona ante la que me encuentro. Su vida, como la mía, tiene un pasado, llora o ríe por su presente, mira hacia el futuro con esperanzas o con miedos.
Sólo el cariño puede lograr un acceso respetuoso y sencillo a ese rostro, a esa mirada, a ese corazón que está ante mí. Especialmente, sólo el amor de Dios llega a lo más íntimo de cada existencia.
Cada existencia es algo misterioso, abierto a mil posibilidades. Si logra limpiar las escorias del mal, del miedo malsano, de las cautelas excesivas, acogerá la bondad de Dios, y empezará a compartir riquezas entre quienes caminan a su lado…