Por Sergio Guzmán, S.J. |
En su Mensaje para la Cuaresma 2015, el Santo Padre Francisco nos dice: “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida […]. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia […]. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre”.
Recomiendo a continuación una decena de películas sobre Jesús y otras que, sin ser explícitamente religiosas, nos recuerdan o evocan a Aquel que no es indiferente a nosotros, que se encarnó, que nos amó hasta el extremo y dio la vida por nosotros.
El Evangelio según san Mateo de Pier Paolo Pasolini (Italia, 1964, 130 min.)
Una obra maestra de la cinematografía que presenta con respeto, emotividad y realismo la vida de Jesús según el Evangelio de san Mateo. Con pocos recursos, con actores no profesionales, utilizando decorados mínimos, con una banda sonora que va desde las misas de Bach y Mozart hasta el blues, Pasolini crea una historia convincente de Jesús. La película sigue de manera líneal los 28 capítulos de Mateo desde la Anunciación hasta la Resurrección. Nunca podremos saber con exactitud cómo era físicamente Jesús de Nazarert; pero el Jesús que nos presenta Pasolini convence, conmueve y nos puede ayudar a aproximarnos al rostro lleno de amor, ternura y compasión de Jesús. Ganadora del premio OCIC (Organización Católica Internacional de Cine), hoy SIGNIS, en 1964.
Jesucristo Superestrella de Norman Jewison (EUA, 1973, 102 min.)
Opera rock que fue un éxito en los años setenta y que actualmente sigue gustando. Una película con colorido, buenas coreografías y por supuesto excelente música. Hay que verla en su contexto. Recordemos esa época de luchas sociales, de movimientos de liberación, de protestas estudiantiles, de crítica a las instituciones, de guerras… pero también de moviemientos pacifistas, de la cultura hippie con sus invitaciones al amor y a la paz, ese tiempo de sueños y utopías. Los personajes, sobre todo Judas y María Magdalena, nos acercan de alguna manera a Jesús; se cuestionan y nos cuestionan sobre quién es Jesús, qué sueña, qué busca, qué espera de nosotros. Resulta imposible mantenerse insensible a la belleza lírica de temas como Getsemaní o No se cómo amarlo.
Jesús de Roger Young (Italia-Alemania-EUA, 1999, 173 min.)
Jesús (Roger Young, 1999)
El Jesús que nos presenta Young es un Jesús jovial, alegre, sonriente, que baila y bromea: un Jesús muy humano con el que pronto se pueden identificar muchos jóvenes. Algunos pasajes de la vida de Jesús están bien representados y son creíbles; otros, por el contrario, parecen poco convincentes. Al adentrarnos en la película podemos recordar lo que dice el Vaticano II sobre Jesús: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22). Las casi tres horas son demasiado largas para una sesión. Para su uso catequético conviene mejor seleccionar algunas escenas.
El Señor de los Milagros de Derek W. Hayes y Stanislav Sokolov (EUA, 2000, 91 min.)
Estupenda película de animación en 3D hecha con el recurso stop motion (o cuadro por cuadro) y con unos flashback en 2D que recrean la vida de Jesús desde la mirada de los niños. A través de Tamar, la hija de Jairo (jefe de la sinagoga en Cafarnaúm), nos acercamos a Jesús: un hombre humilde, sencillo, compasivo, sabio, que nos habla de un Dios que es Padre y tiene un Reino para nosotros… y por supuesto que hace milagros. Una película que nos recuerda lo que nos dice el Papa en su mensaje de Cuaresma: “Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)”.
La Pasión de Cristo de Mel Gibson (EUA, 2004, 126 min.)
Detrás de un excelente manejo de cámara, de la iluminación con sus juegos de sombras, del uso de flashbaks, de la afortunada elección de actores (Jim Caviezel, Maia Morgenstern, Mónica Bellucci), se ve la mano de un director con oficio. La película en su momento causó mucha polémica por la violencia excesiva y por la teología que está de fondo: muy centrada en la culpa, con pocas alusiones al Reino de Dios, a aquello por lo que Jesús consagró su vida. Con todo, podemos rescatar varias escenas entrañables como esas en que María acompaña a Jesús en su viacrusis. O también algunos diálogos tan reveladores como el de María Magdalena y María Madre: “¿Por qué esta noche es tan diferente a cualquier otra?”, pregunta la primera. “Porque todos los hombres son esclavos, y ya no lo serán más”, contesta María.
La Strada de Federico Fellini (EUA, 1954, 104 min.)
Esta película nos habla de un amor hasta el extremo (cfr. Jn 13, 1). Gelsomina (Giulietta Masina, excelente) es vendida por su madre al circiense y brutal Zampanó (Anthony Quinn, magnífico). Pese a la actitud agresiva y violenta de Zampanó, la muchaha se siente atraída por este estilo de vida en la strada (la calle); sobre todo cuando su dueño la incluye como parte del espectáculo. Aunque varios de los personajes que se encuentra en el camino le ofrecen que se una a ellos, Gelsomina no se separa de su amado. En esta muchacha inocente hay por supuesto una figura crística. “El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres”, nos dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma.
El hombre equivocado de Alfred Hitchcock (EUA, 1956, 105 min.)
La película trata una historia real. La de Christopher Emmanuel Balestrero, un hombre acusado de un crimen que no había cometido. Llama la atención lo que significan sus nombres: Cristobal, “el que lleva a Cristo”; Emmanuel, “Dios con nosotros”. Con una excelente interpretación de Henry Fonda vemos a este hombre bueno (honrado, felizmente casado, padre ejemplar), llevado de un lado a otro como Jesús en su pasión (cfr. Lc 22-23). Ante el tribunal, en unas escenas impactantes y conmovedoras, podemos exclamar: “Verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23, 47). Una película que, como tantas de Hitchcock, no nos deja tranquilos y nos recuerda a Jesús, el Inocente por excelencia.
La Fiesta de Babette de Gabriel Axel (Dinamarca, 1987, 102 min.)
Una de las películas predilectas del Papa Francisco. Dejemos que él mismo nos la recomiende: “La fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una negación de los cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor” (del libro El jesuita: conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio de Sergio Rubín, pág. 41). Hermosa película que nos evoca la Eucaristía, la fiesta y memorial de Jesús que se entrega por nosotros.
Así en la Tierra como en el cielo (As It Is in Haven) de Kay Pollack, Suecia, 2004.
Daniel Daréus es un reconocido director de orquesta que, después de sufrir un infarto en un concierto, decide hacer un alto en su agitada vida. Cancela todos sus compromisos de agenda y se retira a su pueblo natal para descansar y escuchar su corazón. Alejado del bullicio de la ciudad y del glamour al que estaba acostumbrado, va recuperando y entregando su vida: “Desde niño soñaba crear música que le abriera el corazón a la gente”, confiesa en un momento. En esta bella historia podemos evocar lo que dice el Papa Francisco en el Mensaje de Cuaresma: “toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres”.
Gran Torino de Clint Eastwood (EUA, 2008, 116 min.)
Gran Torino bien podría ser una parábola cristiana. El protagonista, Walt Kowalski (Clint Eastwood, estupendo), nos recuerda al buen samaritano (cfr. Lc 10, 25-37), al padre bueno (cfr. Lc 15, 11-32) y al cordero pascual (cfr. Jn 12, 23-24). Kowalski, después de una noche oscura llena de dudas, de hacerse un traje a la medida, de ir a confesarse, de sentirse en paz; camina decidido, sin ningún arma, a enfrentar a la pandilla que tanta muerte ha traído al barrio. Desde una cámara en el cielo podemos ver a nuestro protagonista que nos recuerda al cordero que derrama su sangre por la salvación de todos (cfr. 1 Pe 1, 18-19) y recordar las palabras del Papa Francisco: “Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas”.