Por Felipe de J. Monroy, Director Vida Nueva México |

Como periodista siempre he tenido una primordial certeza respecto a la audiencia y los lectores: ellos nos eligen entre un abundantísimo sector únicamente porque junto a nosotros reafirman sus convicciones, sus prejuicios y sus inquietudes.

Esto, dicho llanamente, es “conectar con el auditorio” y encontrar en el público las alianzas que requiere todo aquel que se atreva a buscar y representar la verdad. Y aunque no sea la preocupación principal de los periodistas, siempre se puede percibir entre las líneas de las palabras, de los silencios y de nuestras intenciones. Esto que parece simple, es en realidad la dificultad más grande que tenemos los profesionales de la información: conocer y reconocernos en nuestro particular modo de interrogar.

Conozco hombres y mujeres que, en el mundo de los medios de la información, jamás se han reconocido en sus preguntas y ello no significa que no puedan ser exitosos. Suelen apegarse a un guión, a la información oficial y al cálculo de su prestigio entre sus aplaudidores. Sus audiencias los conocen y les patrocinan el continuar en esa tónica. Hay otros, muy pocos desafortunadamente, que no solo se preocupan por esa aprobación sino por su propia sorpresa, por herirse en un legítimo asombro y por reconocer los errores que la parcial percepción nos suele propiciar.

Sin embargo, aun entre los primeros hay grandes diferencias. Mientras para algunos periodistas sus audiencias son las altas esferas del poder, otros cultivan su alianza con la más humillada ciudadanía. Y allí es donde hay que saber reconocerse.

No me asombra lo sucedido con Carmen Aristegui, Daniel Lizárraga e Irving Huerta; tampoco lo escrito por Ciro Gómez Leyva o Ricardo Alemán. Es verdad que en este nuevo debate algunos opositores al ‘estilo Aristegui’ se han solidarizado con la periodista a título personal, pero tampoco eso es tan difícil de comprender cuando aquellos informadores han descubierto y saboreado las posibilidades del periodismo digital: más libre, más cercano y más significativo, frente al siempre cuestionable prestigio que da una empresa, las operaciones de sus dueños o de la necesidad de subsistencia corporativa.

Con todo, no por dejar de ser sorpresa me resigno a asumirlo como algo incontrovertible. Y el tema no se zanja solo por el centro sino por los costados.

¿Es verdad que hubo censura para acallar al equipo de investigaciones de Carmen Aristegui como resultado de una operación política y un acuerdo con el empresariado de MVS? ¿O se trata de un simple diferendo laboral cuya resolución compete únicamente a las condiciones que un empleador negocia con sus empleados? ¿Podría ser un poco de ambas? No lo sabemos, pero esas son las clase de preguntas que se deben hacer los periodistas, inquietudes en las que debe inmiscuirse para conocer la información de todas las partes posibles, horizontes que requieren puentes verdaderos en forma de documentación certera.

Con su trabajo, en su estilo y sus decisiones, Carmen ha labrado una mancomunidad con un gran sector de las audiencias, con liderazgos sociales, con su equipo, sus socios y sus confidentes. Lo vimos. No suele ser común que cuando un periodista termina su relación de confianza con la empresa que lo acoge, el público y sus amigos le sigan y abandonen el ‘prestigioso medio’. No solo los comentaristas, analistas y empleados de MVS dejaron a la empresa que, juzgan, no dio razones válidas de sus procedimientos; también la audiencia le ha dado la espalda a la compañía: 30 mil unfollows en cuatro horas tras la salida del equipo según se consignó.

¿Manipulados? Podría ser, pero ¿eso es lo que un periodista pensaría de su propia audiencia? ¿Creería tener la capacidad de controlar así a sus seguidores? ¿Esa es la clase de respeto que merece nuestro público?  Prefiero pensar en la posibilidad de madurez y libertad ciudadana, porque esos son los valores que espero alcanzar con mi ejercicio profesional.

Reitero en la idea de esa fuerte asociación que existe entre el periodista y su audiencia, porque cuando un informador ya no puede ser dominado entre los límites que impone un modelo político o económico, la sociedad tampoco.

@monroyfelipe

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