Por Juan Gaitán |

Desde hace algunos años, los obispos de Latinoamérica han elegido dos conceptos claves para describir el modo de actuar que desean para los miembros de la Iglesia en nuestra región: Ser discípulos y misioneros. Que todos sean seguidores de Jesucristo y anunciadores del Evangelio.

Hoy el Papa sigue insistiendo con fuerza en que la esencia de la Iglesia es anunciar el Reino de Dios, ser una Iglesia misionera. Sin embargo, me queda una inquietud. En el mundo de hoy, ¿se comprende lo que significa «ser misionero»?

La conveniencia de las Misiones juveniles

Considero que es difícil que un joven católico se sepa «misionero» cuando no existe en su vida un referente del significado de este concepto. Es decir, se entiende lo que es tener una misión específica, cumplir un objetivo, realizar un encargo, pero… ¿ser misionero de Jesucristo?

Se dice mucho sobre el mandato de anunciar el Evangelio, ¿pero sabemos cómo podemos hacerlo? Por esto, las Misiones de Semana Santa a las que asisten miles de jóvenes son una preciosa oportunidad para entender lo que un misionero es.

Salir al encuentro

Vivir una Misión de Semana Santa es para muchos católicos la oportunidad para tener una experiencia significativa de lo que es la labor misionera. En esta actividad se viven con alegría los valores evangélicos, se aprende a orar y a celebrar la fe en comunidad, a escuchar a los necesitados, a solidarizarse con ellos, a visitar al enfermo, a dejar la comodidad de la propia casa para darse a los demás.

Se nos pide ser una Iglesia en salida, que vaya al encuentro de los menos favorecidos, que comparta la alegría del Evangelio en las periferias. ¡Qué mejor manera de entender lo que esto significa que asistiendo a una Misión!

Cuando un joven vuelve a casa, tras vivir la Semana Santa en una comunidad marginada, y escucha que debemos ser discípulos y misioneros del Señor, algo resonará en su corazón; entenderá qué significa esto, revivirá el recuerdo de su experiencia espiritual misionera y podrá asumir ese llamado de un modo más auténtico.

Por esto, los grupos misioneros deben saber que el trabajo con las comunidades, los famosos “visiteos”, las celebraciones litúrgicas, el viacrucis, las pláticas, etc., son tan importantes como el trabajo con los mismos misioneros que descubren a Jesucristo en el rostro de las personas que sufren.

¿Turismo religioso?

Queda por comentar, el «riesgo» que estas actividades implican. Algunos jóvenes asisten a ellas bajo la motivación de no estar en casa, de tener unas «vacaciones baratas».

Pienso que no se debe temer a esto. Más bien, es un reto que se debe atender con astucia por parte de los responsables de los grupos, pues estos jóvenes se están acercando al encuentro con Jesús, aunque no lo estén buscando explícitamente. Dios tiene sus caminos.

Recuerdo las palabras de Francisco: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (Evangelii gaudium n. 49).

 

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