Por Mónica Muñoz |

En la actualidad, para nadie es un secreto que las familias han disminuido su número considerablemente.  Hace algunas décadas, era común que los matrimonios dieran la bienvenida a un hijo nuevo cada dos años, sumando diez, doce, catorce o hasta dieciséis criaturas.  Una vez conocí una mujer que había dado a luz a veintiún hijos.  En esta época, se ve con sorpresa a quienes se atreven a tener cinco niños en casa.

Sin embargo, padres y madres de familia estarán de acuerdo conmigo en que tener hijos cualquiera puede hacerlo, en educarlos está el chiste.  Por eso creo que cada vez más abundan las parejas que deciden tener sólo uno o lo que es peor, prefieren hacerse de una mascota a la que tratan como persona.

Yo no sé si algún escritor antiguo pudo haber imaginado lo que ocurre en este tiempo pero creo que la realidad rebasa cualquier ficción.  Hace poco vi escenas de una película mexicana en la que representaban un incendio; el actor, que por cierto era el genial Cantinflas, no quería entrar al edificio porque había un letrero que decía “cuidado con el perro” por lo que el jefe de bomberos le contesta con toda tranquilidad “el perro ya debe estar quemado”.  Pienso en alguna película moderna en la que la escena sería completamente diferente: el actor se convertiría en héroe si rescatara al perro en cuestión.

No quisiera que se malinterpretaran mis palabras, nunca estaría a favor del maltrato de los animales, pero tampoco podría pensar que tienen prioridad sobre el ser humano.  Lo que deseo dejar claro es que cada vez más, las sociedades contemporáneas eligen evitar el compromiso de educar hijos y vuelcan sus atenciones sobre sus mascotas.

Por otro lado, es sorprendente observar cómo han evolucionado los niños.  Sonrío cada vez que recuerdo a mi hermano menor, quien a los dos o tres meses de nacido aún era envuelto por mi mamá como si fuera tamal, quedándose quieto y sin hacer alboroto.  Los bebés de hoy difícilmente permanecen acostados si alguien los trae en brazos, ven fijamente cosas y personas, llaman la atención de sus madres y padres con llantos y ruidos que jamás hubiese pensado que podría emitir un ser tan pequeño.  Por lo mismo, despiertan a la realidad que los rodea más rápido y aún a temprana edad se rebelan contra la autoridad paterna, dejando en claro su carácter y temperamento.  ¿Y qué hacen papá y mamá? Muchos, tristemente, nada.

Porque es necesario recordar que, por mucho que estén adelantados los niños y las niñas, no tienen la experiencia de sus padres, no son capaces de elegir entre lo bueno y lo malo, lo que les conviene o no, porque eso sólo se aprende con la vivencia de cada día.  En ese sentido el ser humano nunca cambiará, un bebé necesita de sus padres para crecer y formarse como persona de bien.  La educación que se les brinde en casa nada ni nadie podrá sustituirla.

Y aquí es donde deseo retomar algo que comenté al principio: tener un hijo, cualquiera puede hacerlo, pero educarlo, corregirlo, formarlo como persona de bien y darle buen ejemplo, no.  Puedo asegurar que todos conocemos ejemplos de papás que dejan a sus hijos hacer lo que les plazca sin molestarse en corregir su mala conducta.  Como dirían las abuelitas, en mis tiempos, no sólo mis papás, sino cualquier persona mayor nos indicaban cuando faltábamos a alguna regla de cortesía.  Mis hermanos, mis primos, mis vecinos y  todos los niños de mi generación, fuimos aleccionados de la misma manera: “¿cómo se dice?”, “da las gracias”, “¿Cómo se piden las cosas?”, “¿cuáles son las palabras mágicas?”, “saluda”, “despídete”.  Estas y otras más son algunas de las frases que utilizaron repetidas veces para enseñarnos a ser educados, mismas que ahora usamos con nuestros pequeños.

Pero no sólo lo más elemental de la cortesía nos transmitieron nuestros mayores, también debemos agradecer los castigos, pues a tiempo pusieron el remedio para evitar que nos desviáramos, haciendo de nuestras vidas un desastre total.  Eso es lo que creo que falta a los padres modernos: enseñar a sus hijos a agradecer a Dios por lo que tienen y evitar complacerlos en todo, pues lo único que están logrando es tener chicos y chicas malcriados que terminarán dándoles dolores de cabeza.

Alerta papás y mamás: platiquen con sus hijos y sean congruentes cuando de castigo se trate, no sean complacientes porque podrían arrepentirse para toda la vida.  Recuerden que deben moldear los caracteres de personas distintas a ustedes, por eso ámenlos incondicionalmente, pero pónganles límites, les aseguro que, a pesar de los problemas y enfrentamientos que inevitablemente tendrán con ellos, estarán forjando personas seguras, responsables y felices.

¡Que tengan una excelente semana!

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