Por Juan GAITÁN |
Hace un par de semanas escribí un artículo titulado: «¿Cuál es el sentido de la vida?» Y propuse como conclusión una pregunta: «¿Cómo sería llevar la afirmación “el amor a Dios y al prójimo es el sentido de mi vida” hasta sus últimas consecuencias?»
Ahora me pregunto por el sentido de la muerte, que obviamente concuerda con lo dicho en el texto anterior, pero matices distintos. Mas no se trata de preguntarse cuál es el sentido de la muerte de mi ser querido, sino de mi propia muerte inevitable.
En nuestra cultura mexicana estamos acostumbrados a las celebraciones alrededor de esta entrada en la Vida Nueva (llenamos el recuerdo de los «muertos» con folclor, hacemos calaveras de dulce, etc.), sin embargo, la pregunta «¿cuál es el sentido de mi propia muerte?» suele ser un tema que la rutina no nos permite reflexionar.
La muerte de Jesús
Estudiando la vida de Jesucristo, los teólogos se han hecho diversas preguntas: ¿era consciente de lo que iba a suceder?, ¿sabía a ciencia cierta que iba a resucitar? Las opiniones difieren, pero todas coinciden con que Jesús interpretó su muerte como la continuación de su vida: radical y amorosa entrega a los hombres y cumplimiento de la voluntad del Padre.
De ahí aquél pensamiento: «como es la vida es la muerte», que en el cristianismo está lleno de sentido. Venimos de Dios y a Dios vamos. Lo que queda en medio ha de ser la realización de ese camino desde Dios (revelado por el Hijo) hacia Dios, a través del amor (Espíritu Santo). Es decir, si se vive según el mandato del amor, la muerte no será más que la coronación de la existencia.
Desgraciadamente, por muchos siglos la Iglesia enseñó bastantes contenidos acerca del juicio final, del castigo en el infierno, del «pago por los pecados», con mayor énfasis que lo que enseñó sobre la resurrección. Pero sin lugar a dudas puede afirmarse que lo más importante al hablar de la esperanza cristiana en la vida eterna ¡es la Buena Nueva de la misericordia de Dios! Ése es el fundamento de nuestra esperanza. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha vencido la separación entre la divinidad y la humanidad de un modo definitivo.
La muerte del cristiano
Esto no quiere decir que, confiando en la compasión de Dios, el cristiano pueda vivir acomodado en el egoísmo. ¡Eso sería un contrasentido! Quien ama a Dios, ama sus hermanos como al propio Cristo. Ponerse en manos de la misericordia de Dios y no actuar misericordiosamente es una espiritualidad esquizofrénica. Así no se puede «creer» en Dios. No en el Dios de Jesucristo.
La muerte, pues, es como la vida. Para el cristiano la muerte cobra sentido como elemento de la existencia cuando la persona se da cuenta de que después del amor imperfecto que experimentamos y entregamos, seguirá la plenitud del amor; que después de la vida con sus durezas, vendrá la indescriptible vida en la Gloria de Dios (siempre hará falta una palabra adecuada para esta expresión que nos supera).
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