OCTAVO DÍA | Por Julián LÓPEZ AMOZURRUTIA |

Lo esperábamos. Más allá de manipulaciones y equívocos, la santidad de Oscar Arnulfo Romero resultaba clara. Su martirio por causa de la justicia y el odio a la fe comprometida con los pobres y los derechos humanos, también. Y aunque los procesos de canonización miran a la persona, no a sus coyunturas o implicaciones, la beatificación que mañana tendrá lugar en El Salvador sella también un dato de fe: el deber del testimonio en la esfera pública. Nos alegramos.

Nos alegramos enormemente. Y no puedo dejar de pensar en los hermanos sacerdotes y seminaristas con los que pude convivir hace años en el Seminario de San José de la Montaña, donde la perspectiva de su obispo santo había calado con sabiduría como una imagen de buen pastor. Nos alegramos por la Iglesia de ese país, por la de América Latina y por la Iglesia toda. Con la misma sonrisa benévola a la que el nuevo beato nunca renunció, incluso en sus momentos de mayor tensión.

Poco menos de dos meses antes de su martirio, Romero recibió en la Universidad de Lovaina un doctorado honoris causa. En su discurso había una madurez pastoral que no es sino la conciencia de lo que su propio testimonio habría de rubricar.

«Debemos estar claros -dijo al inicio- de que la fe cristiana y la actuación de la Iglesia siempre han tenido repercusiones sociopolíticas. Por acción o por omisión, por la connivencia con uno u otro grupo social los cristianos siempre han influido en la configuración sociopolítica del mundo en que viven. El problema es cómo debe ser el influjo en el mundo sociopolítico para que ese influjo sea verdaderamente según la fe».

Repasando su caminar en la arquidiócesis, compartía: «No digo esto con espíritu triunfalista, pues bien conozco lo mucho que todavía nos falta que avanzar en esa encarnación. Pero lo digo con inmenso gozo, pues hemos hecho el esfuerzo de no pasar de largo, de no dar un rodeo ante el herido en el camino sino de acercarnos a él como el buen samaritano. Este acercamiento al mundo de los pobres es lo que entendemos a la vez como encarnación y como conversión. Los necesarios cambios al interior de la Iglesia, en la pastoral, en la educación, en la vida religiosa y sacerdotal, en los movimientos laicales, que no habíamos logrado al mirar sólo el interior de la Iglesia, lo estamos consiguiendo ahora al volvernos al mundo de los pobres».

Ello no significaba ningún tipo de paternalismo. «La esperanza que predicamos a los pobres es para devolverles su dignidad y para animarles a que ellos mismos sean autores de su propio destino».

Tampoco era una lectura horizontalista de la historia, pero sí ubicaba desde ella su acceso a la trascendencia: «La encarnación en lo sociopolítico es el lugar de profundizar en la fe en Dios y su Cristo. Creemos en Jesús que vino a traer vida en plenitud y creemos en un Dios viviente que da vida a los hombres y quiere que los hombres vivan en verdad. Estas radicales verdades de la fe se hacen realmente verdades y verdades radicales cuando la Iglesia se inserta en medio de la vida y de la muerte de su pueblo. Ahí se le presenta a la Iglesia, como a todo hombre, la opción más fundamental para su fe: estar en favor de la vida o de la muerte… En nombre de Jesús queremos y trabajamos naturalmente para una vida en plenitud que nos e agota en la satisfacción de las necesidades materiales primarias ni se reduce al ámbito de lo sociopolítico. Sabemos muy bien que la plenitud de vida se realiza históricamente en el honrado servicio a ese reino y en la entrega total al Padre. Pero vemos con igual claridad que en nombre de Jesús sería una pura ilusión, una ironía y, en el fondo, la más profunda blasfemia, olvidar e ignorar los niveles primarios de la vida, la vida que comienza con el pan, el techo, el trabajo».

Concluía parafraseando a san Ireneo: «Los antiguos cristianos decían: ‘Gloria Dei, vivens homo’ (la Gloria de Dios es el hombre que viva). Nosotros podríamos conretar esto diciendo: ‘Gloria Dei, vivens pauper’ (la Gloria de Dios es el pobre que viva). Creemos que desde la trascendencia del evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida de los pobres; y creemos también que poniéndose del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste la eterna verdad del Evangelio».

Beato Oscar Arnulfo Romero, ruega por nosotros.

 

Artículo publicado en el blog Octavo Día de eluniversal.com.mx; con permiso del autor.

Por favor, síguenos y comparte: