Por Juan GAITÁN │

Los católicos que procuramos una participación activa en la vida de la Iglesia atravesamos ciertas tentaciones que, de caer en ellas, nos van consumiendo poco a poco y llevándonos a verdaderas situaciones de pecado. A continuación comento cinco de estas tentaciones que, según he observado, nos acechan peligrosamente.

  1. Mirar el pecado del mundo y lamentarse eternamente

Como católicos que participamos en la Eucaristía dominical y rezamos en familia es común mirar al mundo con cierto desprecio: “la sociedad está corrompida”. Y somos tentados a permanecer en nuestra comodidad lamentándonos de la corrupción de “las nuevas generaciones” que “ya no tienen valores”. Esta visión sin duda es reducida y poco comprometida.

Quien vive en este eterno lamento, suele encontrar el pecado “en el mundo”, pero rara vez en uno mismo o en la propia Iglesia. Esto es un obstáculo para el seguimiento genuino de Cristo.

  1. Creer que ser buen católico es ir a misa

Creo que es la tentación más común. Se trata de la actitud farisaica de pensar que uno cumple con Dios por ir a misa y dar limosna en el ofertorio. “Voy a misa, soy un buen católico”. Como si el Evangelio fuera cuestión de cumplir o no cumplir.

Al mismo tiempo, se mira con ojos de desprecio a quien no va el domingo al templo. Quizá sin decirlo abiertamente, pero se les juzga como si conociéramos sus razones y circunstancias de vida. Hay excelentes personas dentro y fuera de la Iglesia, como hay personas poco cristianas dentro y fuera de la Iglesia.

  1. No tomarse en serio el Evangelio

El Evangelio es una forma de vida, una realidad que transforma nuestra manera de ser y pensar. Es excesivamente sencillo ser un “buen católico” y al mismo tiempo no tomarse en serio el mensaje de Jesús. Sobre todo hablando de las exigencias más radicales que Jesucristo planteó.

  1. Rechazar lo nuevo o despreciar lo viejo

La Iglesia es una realidad en la que habitan muchísimas formas distintas de pensar. Entre éstas, algunas rechazan todo lo que sea nuevo, como si el Espíritu de Dios  no siguiera renovando nuestras comunidades, y algunas otras rechazan lo viejo como si el Espíritu de Dios hubiera estado ausente en tiempos pasados.

  1. Vivir para la “Iglesia”, no para el Reino de Dios

Por último, está la tentación de acomodarse en la superficialidad de la vida parroquial, casi al punto de ser un adorno del templo, junto a las imágenes de los santos. Desvivirse para lo que sucede dentro de los muros del templo, pero olvidarse de las necesidades de los excluidos que viven en las calles.

Esta tentación es fuerte para ministros de la Eucaristía, catequistas, amigos cercanos del párroco, miembros del coro que lleva años en servicio, etcétera. Debemos ser cuidadosos con estas actitudes, porque la rutina nos duerme y los cristianos no podemos ser hombres somnolientos.

La Iglesia está al servicio del Reino de Dios, nunca al revés.

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