Stanislav Yevgráfovich Petrov es un viejo viudo y solitario que responde de fea manera cuando se le pregunta por su madre. A ratos huraño, tímido y hermético, se ve asediado por medios televisivos que quieren entrevistarlo e invaden su privacidad. Este anciano retirado que alguna vez fue Coronel del Ejército Rojo, uno de los dos más potentes en la guerra fría, tiene una historia que contar.
El 26 de septiembre de 1983, siendo Stanislav el encargado del Centro de Alerta Nuclear Serpukhov-15, en la Unión Soviética, tuvo que tomar rápida decisión cuando el sistema detectó que cinco misiles estadunidenses se acercaban amenazantes a suelo ruso. Como soldado tenía que acatar órdenes y seguir protocolos, si los norteamericanos lanzaban un misil, inmediatamente tenía que responder de la misma manera. Sin embargo Stanislav desobedeció el reglamento y siguió su intuición. Esta resolución salvó a la humanidad del probable inicio de la tercera guerra mundial. Los supuestos misiles nucleares norteamericanos fueron falsa alarma.
Tres décadas después, un documental, El hombre que salvó el mundo (The Man Who Saved the World, 2014), ha sacado del anonimato a Stanislav. Gracias a esta cinta nos enteramos que, a la par de lo vivido aquel difícil día de septiembre de 1983, su esposa agonizaba enferma. Si bien la decisión que salvó al mundo del disparo de misiles como contraataque no le trajo condecoraciones a nuestro héroe, sí recibió fuerte regañó de su jefe por no atender protocolos. Poco después Stanislav dejó el ejército. Dice que no fue a causa de aquella reprimenda, sino para atender a su mujer.
Por estos días, Ayoub El Kahzzani, un marroquí de 26 años, abordó un tren de Bruselas a París con toda la intención de hacer un trágico atentado. Así hubiera sido si no intervienen Spencer Stone, Anthony Sadler y Alek Skarlatos (turistas norteamericanos, dos de ellos marines), junto con el contratista británico Chris Norman. Ellos alcanzaron a detener y desarmar al terrorista. Fue cosa de un instante. Decidieron a las de ¡ya! y actuaron pronto. Hoy se les trata como héroes por el gobierno francés.
Hace pocas semanas, en un partido de futbol de semifinales en la Copa de Oro (América), México disputaba contra Panamá el pase a la final. Casi al término del partido, el árbitro Mark Geiger señaló un penal, que nunca fue, a favor de México. Andrés Guardado fue el señalado para tirar dicho penal. Mucho se ha discutido si el jugador debió fallar. Uno dicen que, como profesional, debía meter ese gol. Andrés dice que aunque pensó errar y darle el balón al portero, recordó que muchas veces los contrarios en situaciones similares no perdonan. En un país en donde la corrupción campea y los narcos se escapan por túneles –con probable permiso de quienes los custodian-, nos habría venido bien que un compatriota resolviera las cosas de otra manera. Si Andrés hubiera fallado dicho penal, quizá México hubiera perdido ese partido, pero se hubiera convertido en héroe. No fue así y se perdió la oportunidad.
A Stanislav le avergüenza que lo que hizo sea catalogado como acto heroico. Ese día tuvo serias dudas de si estaba haciendo lo acertado. Dice que no es un héroe, sólo estuvo en el momento correcto y en el lugar indicado. La Asociación de Ciudadanos del Mundo le otorgó una condecoración y tuvo que viajar a Estados Unidos para recibir tal homenaje. Ahí conoció actores que hacen papeles de héroes como Kevin Costner, Robert De Niro, Matt Damon y Ashton Kutcher, quienes lo saludaron y le dijeron que todos estábamos conectados por su decisión.
Stanislav dice: “Tenemos que olvidar el pasado. Es enfermo vivir en un atmósfera de hostilidad y viejos odios, nadie ganaría en una guerra de alcance nuclear. Nadie. Tenemos que aprender a coexistir como hermanos o pereceremos como dinosaurios”.
Dentro de la Unión Soviética era mal visto pertenecer a alguna religión. No sabemos si Stanislav es creyente o ateo. En un primer momento parece que es rudo y grosero, pero en el fondo es muy humano. Sabemos que decidió inteligentemente con el corazón, y lo sigue haciendo. Stanislav es uno de esos ejemplos que muestran que lo que salva al mundo, y lo que nos salva en esta vida, es la compasión.