Por Juan GAITÁN │
En la Teología católica existen distintos grados de verdad o grados de certeza sobre ciertas afirmaciones. El conjunto de verdades indudables es lo que se conoce como «dogmas», los cuales son contenidos revelados que no han cambiado desde los apóstoles hasta ahora, sino que es un depósito de la fe que se ha mantenido vivo y entero.
¿Dónde se encuentran los dogmas?
El depósito de la fe (los dogmas) se encuentra contenido en las Escrituras y en la Tradición de la Iglesia. Este segundo se ha expresado concretamente a través de textos de Papas, concilios y obispos (los credos, por ejemplo). Pero sobre todo se encuentra vivo en la fe del pueblo.
¿Seguimos pensando igual que hace siglos?
Sí y no. Sí porque los dogmas han sido creídos con fe firme a lo largo de los veinte siglos de existencia de la Iglesia. Y no en el sentido que la comprensión de los dogmas ha evolucionado. El dogma nunca perderá su validez de dato revelado, su formulación, pero según las épocas y el desarrollo de la Teología vamos logrando comprender mejor el mensaje de Dios a través de Jesucristo.
Entonces, ¿los dogmas le impiden a la Iglesia avanzar porque ya están dichos y no se pueden cambiar?
El contenido de la fe puede verse (y actuarse) de dos maneras: Una, pensando que se trata de un cuadrado del que no se puede salir, unos límites que nos impiden ir más allá. Esta forma es inadecuada, pues Dios no tiene límites y además es una realidad que nos trasciende, nos abarca por completo.
La segunda manera de verlo, es como alas para volar. El dogma no es una piedra amarrada al pie, sino las alas que nos permiten llegar a una inmensa cantidad de realidades, pensamientos y acciones.
Pongamos el ejemplo de Jesucristo. Él conoció las verdades que el Padre, a través suyo, reveló al hombre para nuestra felicidad. ¿Estas verdades le eran un impedimento o fueron el motor de sus acciones?
¿La Iglesia no sabe pensar más allá de sus dogmas?
Este pensamiento lo he escuchado de varias personas, algunas con gran influencia social como José Saramago. La fe es un conocimiento cierto al que el hombre es capaz de llegar. ¿Sería lógico planear la construcción de un edificio poniendo en duda la veracidad de la Ley de la gravedad?
De la misma manera, ¿sería lógico actuar ignorando los principios de vida que conocemos a través de la fe? Esto no significa que nos auto-impongamos un límite, que nos encerremos en un cuadrado, sino que siempre hemos de pensar “más allá”, con nuestras propias alas, las que nos caracterizan, las del Evangelio.
Los dogmas que están vivos en la fe del pueblo no se quedan ahí, en la recitación del credo durante la Eucaristía, sino que nos llevan al encuentro de los demás, especialmente los más necesitados.
Si alguien ha percibido que la Iglesia es un cuadrado, quizás es porque nos hace falta sacudir las alas. No hemos de pensar más allá de los dogmas, sino pensar más allá a través de los dogmas, del contenido de la fe. Ni el Padre, ni Jesucristo ni el Espíritu son personas o realidades estáticas, sino siempre dinámicas.
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