Por Fernando Pascual │
No podemos vivir aislados de lo que pasa en el mundo. Al mismo tiempo, no deberíamos vivir ahogados por la actualidad.
Cada mujer, cada hombre, vive en el tiempo y camina hacia lo eterno. La vida es sumamente breve cuando la comparamos con lo que inicia tras la muerte.
Por eso las mil “noticias” de cada día no pueden sumergirnos entre las prisas de un mundo que olvida muchas veces lo esencial.
Porque si dejamos que lo último esté siempre entre nuestras manos o que ocupe la pantalla, correremos el peligro de pasar como pasan las modas: con mucho ruido y con muy poca profundidad.
Necesitamos rescatar tiempo para la reflexión seria y madura. Necesitamos espacios para dejar que el corazón capte lo que dura para siempre. Necesitamos romper con quienes pretenden dirigir las mentes y los sentimientos con un bombardeo continuo de “actualidades” efímeras.
Lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo justo, inicia aquí pero solo llega a su plenitud más allá del espacio y del tiempo. Lo veremos solo si tenemos una voluntad dispuesta a romper con los caprichos y a buscar lo que, de verdad, vale la pena.
En el horizonte de nuestro camino asoma la palabra más importante: Dios. Porque la vida humana tiene un sentido pleno si existe quien realice la justicia completa y quien ofrezca la única misericordia que puede romper con el pecado y regalar la alegría del perdón.
Mientras, lo “actual” corre en el flujo interminable de lo efímero. Lo único que vale la pena, como escribía José María Pérez Lozano en su novela “Las campanas tocan solas” es el amor. Porque el amor hace posible la eternidad…