Por Fernando PASCUAL │

 

Las palabras están a disposición del hombre. Con ellas la verdad se hace cercana o avanza la mentira, triunfa la justicia o se busca la victoria de la opresión y del engaño.

En su obra “Vida y destino”, Vasili Grossman narra cómo Naum Rozemberg, un contable condenado a muerte, piensa en los cientos y cientos de seres humanos enterrados en fosas comunes durante la ocupación nazi de grandes territorios del Este de Europa.

Los jefes del terror no quieren que esos cadáveres sean llamados cuerpos, sino “figuras”. Imponen, por lo mismo, una extraña forma de contabilidad: “cien figuras, doscientas figuras”. En cambio, Rozemberg “los llama personas, hombre asesinado, niño ejecutado, viejo ejecutado…” (“Vida y destino”, primera parte, capítulo 44).

Las palabras no pueden ocultar la realidad, pero lo intentan. Por eso es tan importante que los defensores de la justicia y de la dignidad humana, como el imaginado Rozemberg y como tantos hombres y mujeres reales, se esfuercen por llamar a las cosas por su nombre, por reconocer que un cuerpo asesinado no es una simple figura.

Hoy también, como durante las terribles ideologías totalitarias del siglo XX (marxismo, nazismo), hay grupos de poder que buscan engañar y controlar la cultura desde la imposición de ciertas palabras y la prohibición de otras.

No lo hacen de modo manifiesto: parecería absurdo prohibir, por ley, una palabra de uso común. Pero sí de modo sutil y martilleante. Basta con observar cómo los defensores del aborto evitan, en los debates sobre el tema, hablar de hijo y de madre, de vida humana, de persona, para introducir términos como producto de la concepción, embrión, salud reproductiva, interrupción del embarazo…

La guerra por controlar la cultura y por someter a los pueblos pasa a través de las palabras. La lucha por defender la justicia, la verdad, la dignidad humana, necesita denunciar este tipo de manipulaciones y de ingenierías culturales.

Llamar a las cosas por su nombre es un requisito necesario para cualquier debate honesto, si queremos trabajar, seriamente, por construir un mundo mejor. Un mundo en el que las manipulaciones serán denunciadas, y en el que habrá un esfuerzo sincero y firme por defender un uso correcto de las palabras, como instrumentos que ayudan a acercarnos a la realidad.

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