Esta mañana, Francisco ha dedicado la catequesis de la última Audiencia general del año a la devoción tanto difundida del niño Jesús en estas fechas. Una tradición, que como ha explicado, se remonta a san Francisco de Asís, »que mantiene vivo en nuestros corazones el misterio de Dios que se hace hombre». Además ha mencionado a santa Teresita del niño Jesús que »ha sabido vivir y testimoniar esa infancia espiritual que se asimila sólo meditando, en la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño».

»Durante un tiempo, en la Persona divina-humana de Cristo, Dios ha sido niño, y esto debe tener un significado especial para nuestra fe -ha dicho-. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no olvidemos que toda su vida terrena es una enseñanza. En Navidad, recordamos su infancia -ha continuado-. Para crecer en la fe necesitamos contemplar más a menudo al Niño Jesús… Sabemos poco de Él como niño, pero podemos aprender mucho si observamos la vida de los niños».

»Descubrimos, sobre todo, que los niños quieren nuestra atención -ha dicho-. ¿Por qué?, porque ¿son orgullosos? ¡No! Porque necesitan sentirse protegidos. Es necesario también para nosotros poner al centro de nuestra vida a Jesús y saber que, aunque pueda parecer paradójico, tenemos la responsabilidad de protegerlo… y de hacerle sonreír para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría, porque Él está entre nosotros. Su sonrisa es la señal del amor que nos da la certeza de ser amados».

Francisco ha destacado que los niños aman jugar, y ha comentado que jugar con un niño, sin embrago, significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. »Si queremos que se divierta -ha destacado- tenemos que saber qué es lo que le gusta, y no ser egoístas y hacer las cosas que nos gustan a nosotros. Es una enseñanza para nosotros. Ante Jesús estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía, y esto es la clave del problema: nuestra pretensión de autonomía, para acoger en cambio la verdadera forma de libertad, que consiste en conocer a quien tenemos ante nosotros y servirle. Él, niño, es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Ha venido a nosotros para mostrarnos el rostro del Padre lleno de amor y de misericordia. Así que, apretemos entre nuestros brazos al Niño Jesús y pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad».

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