Por Rodrigo AGUILAR MARTÍNEZ, Obispo de Tehuacán |
Acabamos de iniciar el Año Santo de la Misericordia. Y lo hacemos en el espíritu del Adviento que nos lleva a la Navidad.
En Dios todo tiene como culmen la misericordia y, de esta manera, los tiempos litúrgicos de Adviento y Navidad son muestras significativas de la misericordia divina: crece nuestra esperanza por el gran Regalo que Dios nos hace, al darnos a Su Hijo, nacido de una mujer, en un tiempo y un lugar concretos pero para bien de todos.
Renovamos lo que sucedió hace poco más de dos mil años en Belén de Judá.
La misericordia de Dios rompe esquemas. Jesús es el Rostro de esta misericordia del Padre: la cual reciben los de corazón sencillo, humilde, acogedor y dispuesto a corresponder de la misma manera, siendo misericordiosos como el Padre, o sea compartiendo de lo que nosotros somos y tenemos y a otros les falta.
Rompamos nosotros el esquema de la Navidad fabricada comercialmente, con gasto, ruido y ostentación; para entrar en la Navidad que tiene a Cristo en el centro. Los preparativos del verdadero cristiano no se miden por el tipo de platillos que constituirán la cena navideña o el intercambio de regalos, o la diversión garantizada; sino por la forma en que adecuamos nuestro interior, nuestro hogar, nuestra comunidad para ahí recibir a Jesús y compartirlo con nuestras palabras y obras de gratitud y generosidad.