Por Raúl Espinoza Aguilera

Cuando era niño leía un versículo evangélico colocado sobre “los nacimientos” que me gustaba mucho: “Gloria a Dios en los Cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. ¿Por qué? Porque se trataba de un plan completo de acción en nuestros actos. Por una parte, estudiar o trabajar con la intención de darle Gloria a Dios, y por otra, sembrar la paz y la concordia a nuestro alrededor sabiendo perdonar a los demás (si nos han ofendido) y viviendo con finura la fraternidad.

Comenzando por la propia familia. Si durante el año hubo roces o trato áspero entre padres e hijos o los hermanos, en esta época no, porque se acerca la venida del Salvador, es decir el Adviento, y prevalece la actitud del perdón de todo corazón y la reconciliación.

¿Y cuál es la razón última del perdón? Porque así lo ha querido Dios-Padre. Su Hijo Jesucristo nos dijo claramente: “Tienen que amarse los unos a los otros.

El Apóstol Pedro -quien sería el primer Papa- le preguntó:

–Señor, ¿cuántas veces hemos de perdonar? ¿Hasta siete veces?

Y la respuesta del Dios Encarnado o el Emmanuel (Dios-con-nosotros), no dejó margen de duda:

–Hasta setenta veces siete.

La Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad. En muchos hogares se coloca “la Corona de Adviento” con cuatro velas, adornadas con hojas de pino y algunos moños. Es un recordatorio que sirve para una mejor preparación en la esperanza y en el arrepentimiento ante la inminente llegada del Señor.

La misericordia de Dios es la esencia de toda la historia de la Salvación, el porqué de todos los hechos salvíficos. Dios es misericordioso, y ese atributo divino es como el motor que mueve y guía la historia de cada hombre. Por eso dice el Salmo: “de la misericordia del Señor está llena la tierra” (No. 33,5).

¿Qué tanta misericordia tenemos con los defectos de los demás? Me parece que es una pregunta clave porque en la medida que perdonamos nos iremos pareciendo más a Dios.

Misma pregunta no podemos hacer con respecto al número de obras de misericordia tanto corporales como espirituales que hemos hecho a lo largo de este año o de nuestra vida.

Si observamos con detalle, es una insistencia continua y constante del Papa Francisco y de las que Jesús nos pedirá cuenta en nuestro Juicio Particular. Hasta el hecho de consolar al triste, enseñar al que no sabe, visitar a los enfermos, rezar por vivos y difuntos, etc., nada de eso es despreciable. “Todo cuenta”, como nos decía un ilustre profesor.

Este tiempo de Adviento es bueno para reforzar esta actitud del corazón. Lo conseguiremos si tratamos con más frecuencia a Jesús, María y a José y si luchamos cada día por ser más comprensivos con quienes nos rodean.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de diciembre de 2023 No. 1484

Por favor, síguenos y comparte: