Por Fernando PASCUAL |

 

A nadie le gusta equivocarse, ni al pensar ni al actuar. De ahí el deseo de ser ayudados, de escuchar una voz que indique, con cariño sincero, que eso no es verdad, que aquello está mal, que este camino lleva al desastre.

Aquí se coloca una de las obras de misericordia hermosa y, a la vez, difícil: corregir al que yerra, a quien se equivoca. ¿Por qué es hermosa? Porque al corregir ayudamos a otros a salir del error y a caminar en la verdad. ¿Por qué es difícil? Porque no siempre sabemos hacerlo bien.

La raíz de la sana corrección al que se equivoca es la caridad. Si quiero a un familiar, a un amigo, a un conocido, y veo que está en un error que le perjudica a él o a los suyos, mi corazón tiene un deseo de darle una mano, de avisarle, de indicarle dónde está el buen camino.

La Biblia está llena de correcciones desde el amor. Dios mismo se encargó de esto: “Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo” (Dt 8,5). Cristo también corregía a sus discípulos cuando entre ellos había envidias o deseos equivocados (por ejemplo, Mc 9,33-39; Lc 9,54-56).

 

Un texto de san Pablo resulta sumamente claro sobre este tema: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Ga 6,1).

Durante su Pontificado, el Papa Benedicto XVI recordó la importancia de esta obra de misericordia:

“La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien” (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma del año 2012).

Además, Benedicto XVI recordaba en ese mismo mensaje cuál es la raíz de la auténtica corrección fraterna: “el amor y la misericordia”, lo cual nos pone en relación directa con el tema del Año Santo de la misericordia (2015-2016), deseado e iniciado por el Papa Francisco.

Desde luego, la corrección de los errores se hace con prudencia y con una oración especial al Espíritu Santo. Solo así seremos capaces de encontrar la mejor manera para tender la mano a quien avanza hacia un error.

Si lo hacemos bien, y dejamos al Espíritu Santo hablar a través de nosotros, nuestra corrección fraterna ayudará a otros a orientarse hacia horizontes de verdad, empezando por las verdades más hermosas que caracterizan nuestra fe cristiana: Dios nos ama, nos invita a la conversión, y nos ofrece continuamente su misericordia y su gracia.

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