Por P. Fernando Pascual
Denunciar errores desde una actitud honesta permite abrir espacios para avanzar hacia la verdad.
Así, quien denuncia como erróneas las tesis de Tolomeo, ayuda a superar un modelo astronómico falso para emprender investigaciones hacia otros modelos mejor fundados y más correctos.
Ocurre, sin embargo, que algunos denuncian errores a partir de otros errores.
Pensemos, por ejemplo, en el caso de quien denuncia a un ejército de haber matado miles de civiles en un lugar concreto, cuando tal “información” fuese falsa.
O cuando uno repite que para tal religión los herejes deben ser eliminados, cuando no existe ningún documento de esa religión que defienda lo anterior.
Es cierto que giran ideas imprecisas, en las que se mezclan aspectos de verdad con falsificaciones o errores más o menos claros.
Sobre el último ejemplo, resulta posible que una religión no incluya en sus enseñanzas el “deber” de matar herejes, al mismo tiempo que algunos miembros de esa religión deseen matar herejes (incluso lo hagan).
Denunciar errores de modo sano significa estar atentos a recoger bien los datos, a analizar de modo honesto lo que dicen unos y otros, a dejar a un lado informaciones imprecisas o que merecen ulteriores investigaciones.
Quienes actúan de esta manera, promoverán un modo correcto de presentar los errores de otros, precisamente porque saben estar atentos a no equivocarse a la hora de exponer lo que dicen y hacen personas o grupos concretos.
En un mundo donde tantas personas repiten una y otra vez errores a la hora de hablar de política, de historia, de economía, de religión, de ética, y de tantos otros temas importantes, vale la pena denunciar errores, y denunciarlos de la mejor manera posible.
Lo cual implica, en negativo, no aceptar acríticamente lo que nos ha llegado a través de conversaciones o lecturas imprecisas; y, en positivo, esforzarnos por corregir ideas y hechos erróneos (“fakes”, dicen ahora) para buscar y acoger todo aquello que nos acerque a la verdad.
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