Por P. Fernando Pascual

Aquel juguete estaba fuera de lugar. Un niño pequeño empieza a usarlo. De repente, se provoca una herida seria en la palma de la mano.

Es claro que si el juguete estuviera en su lugar, bien guardado, no se habría producido la herida en ese niño.

Nos duele constatar cómo hay accidentes que pudimos prevenir y que se produjeron por nuestro descuido, o por pereza, o por falta de atención.

Luego hay que afrontar las consecuencias: llevar al niño al hospital, curarlo lo mejor posible, y ayudarle en su rehabilitación.

Pero todo puede ser distinto cuando aprendemos a prever peligros, a tomar decisiones prudentes, a ocultar objetos peligrosos para que no los usen niños o personas vulnerables.

Hay accidentes, por lo tanto, que podemos prevenir. Entonces aumenta la seguridad en casa, y la vida transcurre por los cauces ordinarios.

Es cierto que no podemos prevenirlo todo: nadie iba a imaginar que un vaso de cristal iba a estallar y golpear con un pedazo la cara de quien estaba cerca.

Sin angustias excesivas, y sin buscar culpables ante lo imprevisible, sabremos afrontar esos accidentes “extraordinarios” de la mejor manera posible.

Lo importante es aprender a evitar accidentes fáciles de prevenir. Así tendremos más días sin emergencias innecesarias, y más tiempo disponible para las pequeñas o grandes tareas que caracterizan lo ordinario de la vida.

 

Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay


 

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