Dios es misericordioso. Él mismo se define así en la Biblia, cuando se revela a Moisés, evocando “una actitud de ternura como la de una madre con su hijo”. El Papa Francisco comenzó hoy, en este Jubileo de la Misericordia, un ciclo de catequesis dedicado, justamente, a la misericordia de un Dios que dice de sí mismo que es “misericordioso, lento para la ira, y rico en amor y fidelidad”.
Al término de la audiencia, el Papa también invitó a rezar por las víctimas del atentado de Estambul, para que “el Señor, el Misericordioso, dé la paz eterna a los difuntos, consuelo a los familiares, una firmeza solidaria a la sociedad entera y convierta los corazones de los violentos”.
A las ocho mil personas presentes en el Aula Pablo VI, entre la cuales pasó deteniéndose a bendecir y saludar, e incluso tomando en brazos a un recién nacido, Francisco dijo que “hoy iniciamos la catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica, para aprender sobre la misericordia al escuchar aquello que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Comenzamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de Jesucristo, en quien se realiza la revelación de la misericordia del Padre”.
En las Sagradas Escrituras, el Señor es presentado como “Dios misericordioso”. Este es su nombre, a través del cual nos revela, por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés se autodefinió como: «El Señor, Dios misericordioso y bondadoso, lento para la ira, y rico en amor y fidelidad» (34,6). También en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero siempre la insistencia está puesta en la misericordia y en el amor de Dios que nunca se cansa de perdonar (cfr Gn 4,2; Gl 2,13; Sal 86,15; 103,8; 145,8; Ne 9,17). Veamos juntos, una por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.”.
“El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre con su hijo. De hecho, el término hebreo usado en la Biblia hace pensar en las vísceras o incluso en el vientre materno. Por eso, la imagen que sugiere es la de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa sólo de amar, proteger, ayudar, dispuesta a dar todo, incluso a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este término. Un amor, por lo tanto, que se puede definir, en el buen sentido, como ‘visceral’”.
“Después está escrito que el Señor es “bondadoso”, en el sentido de que otorga gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre dispuesto para acoger, comprender, perdonar. Es como el padre de la parábola del Evangelio de Lucas (cfr Lc 15,11-32): un padre que no se encierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor, sino que, por el contrario, continúa esperándolo, lo ha generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, ni siquiera lo deja terminar su confesión (es como si le tapara la boca), siendo que son tan grandes el amor y la alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y, también sobre él, el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluído de la fiesta de la misericordia”.
“De este Dios misericordioso se dice también que es “lento para la ira”, literalmente, “de largo aliento”, es decir, con el aliento amplio por su paciencia y por su capacidad de soportar. Dios sabe esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que crezca, a pesar de la cizaña (cfr Mt 13,24-30)”.
“Y por último, el Señor se proclama “grande en amor y en fidelidad”. ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí está todo. Porque Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, a nosotros que somo tan pequeños, tan incapaces. La palabra “amor”, aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un amor de telenovelas. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo”.
Una “fidelidad” sin límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se adormece, sino que está continuamente vigilando sobre nosotros, para llevarnos a la vida:
«El no dejará que resbale tu pie:
¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.
[…]
El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre» (121,3-4.7-8)»”.
“Este Dios misericordioso es fiel en su misericordia, y Pablo dice algo bello: ‘si tú no eres fiel a Él, Él permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí mismo’, la fidelidad en la misericordia es justamente el ser de Dios. Dios es totalmente y siempre confiable. Una presencia sólida y estable. Es ésta la certeza de nuestra fe. Y entonces, en este Jubileo de la Misericordia, confiémonos a Él totalmente, y experimentemos la alegría de ser amados por este ‘Dios misericordioso y bondadoso, lento para la ira y rico en amor y fidelidad’”.