Por: Mónica Muñoz |

“El amor se construye a diario. Si no enseñan a sus hijos a amar en sus casas, afuera no lo van aprender”, dijo un sacerdote durante su homilía.  Y me hizo pensar seriamente en la cuestión del verdadero amor, ese que ha sido tan devaluado por los medios de comunicación y que se vende como si se tratara de una mercancía barata.  Porque ahora resulta que a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, no son los padres de familia quienes deben enseñarles lo referente al sexo y el funcionamiento de su cuerpo, sino que es el gobierno, a través de sus secretarías, quien se quiere arrogar ese sagrado derecho de la manera más soez y corriente posible, haciendo ver a los chicos que se vale todo, el único requisito es cuidarse para no incurrir en un embarazo no planeado.

¡Ah!, pero si ocurriera, a pesar de todas las precauciones tomadas, está la pastilla del día siguiente, una tremenda bomba de hormonas que además es abortiva, y por si esto no fuese suficiente, puede recurrirse al abominable aborto, que con la última reforma a la Norma Oficial Mexicana, la NOM 046 sobre violencia familiar, sexual y contra las mujeres, permite, entre otras cosas, que las niñas de entre 12 y 18 años lo soliciten sin el consentimiento de sus padres, sólo con decir que fueron víctimas de violación… y yo me pregunto: ¿dónde están los papás?

Así podríamos abundar en todos los temas que se refieren a educación. Y cabe puntualizar que de nada sirve enviar a los hijos a una magnífica escuela si en el hogar reinan la indiferencia, el caos y la conducta violenta.  Hay que recordar constantemente que los valores se viven y se enseñan en la familia.  Entonces entenderemos que si se exige a los hijos respeto, hay que darles respeto, si es honradez, hay que demostrarles que se puede vivir sin estafas ni robos, si se trata de lealtad a los amigos, deben sembrarse amistades firmes y transparentes, si fidelidad se quiere de ellos, amen a sus esposos o esposas como quieren que los amen a ustedes.

Sinceramente, no me sorprende que nuestros niños, adolescentes y jóvenes se sientan desorientados, y aún aquellos que, aparentemente, viven una relación de comunicación estrecha y constante con sus padres, confunden sentimientos en la práctica.  Porque si bien podemos tener a los mejores progenitores del mundo, la vivencia personal nada puede suplirla.  Con esto me refiero a que cada hijo es distinto y experimenta de acuerdo a su personalidad.  Por ello, hay algunos dóciles y otros rebeldes, unos temperamentales y otros tantos tiernos y dulces, otros más sensibles y algunos calculadores y dueños de sí.

Por lo tanto, no podemos tratarlos de la misma forma.  En ese sentido, padre y madre tienen que ser cuidadosos y aprender a distinguir que cada uno de sus hijos tiene diferentes necesidades.  Y sobre todo, es de vital importancia transmitir adecuadamente las enseñanzas que les permitirá enfrentarse a las adversidades y salir airosos de los problemas.  Por lo mismo, padres y madres deberán ser congruentes con lo que dicen y hacen, de otra manera les estarán generando un grave desorden entre el decir y el actuar.

Hace poco presencié un claro ejemplo de incongruencia: un matrimonio joven llevó a sus hijos pequeños a una Misa que presidiría el Papa Francisco.  Ciertamente fueron muchas horas de espera, sin embargo todos sabía que se requiere de infinita paciencia para estos eventos multitudinarios.  Ya cerca de la hora en que llegaría el Santo Padre, los ánimos comenzaron a caldearse porque mucha gente que había quedado retirada del pasillo por donde pasaría el papamóvil fue acercándose hasta quedar de pie junto a la valla, causando protestas entre los que llegaron temprano para ganar esos lugares.  Con intervención de los voluntarios, fueron obligados a retirarse del sitio. Pero cuando el Papa estaba ya a la vista, inevitablemente todos se pararon en las sillas para tomarle la foto y verlo pasar.  Entonces el joven padre de familia comenzó a insultar a una mujer que estaba próxima a él, pues los niños no podían ver bien.  Alguien le respondió: “¿ese ejemplo le das siempre a tus hijos?”, y él, muy enojado, contestó: “No me vengas a dar clases de moral…” sencillamente, no entendí que estaba haciendo ahí ese hombre.

Pero me regreso al punto.  Así como se deben sembrar los valores en la familia, hay que mantener una constante vigilancia por si los chicos se comportan de manera extraña o si comienzan a actuar como si fuesen nuestros enemigos.  Esos focos de alarma no deben dejarse pasar pensando que son cosas de la edad.  Y menos con lo que se vive actualmente, la violencia y la inseguridad están a la orden del día, así como las malas compañías y el peligro que representa para ellos un manejo inadecuado de las redes sociales.

Estar atentos a lo que ven y hacen nuestros hijos es la mayor prueba de amor hacia ellos. También deberemos reforzar el entendimiento con ellos, una buena plática sobre temas importantes siempre será oportuna, pues lo ideal es que a través de los padres de familia se enteren de los males que pueden cernirse sobre ellos,  porque no debemos esperar que ocurra una desgracia para prevenirlos.  Y si es necesario, corregirlos con firmeza para evitar males mayores.

La tarea es ardua y no termina nunca, por eso, como siempre, pidamos a Dios que nos ilumine para ser buenos guías, comenzando por enmendarnos nosotros mismos.

¡Que tengan una excelente semana!

 

 

 

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