Por: Mónica Muñoz

“¿Qué debemos hacer ante los heterosexuales que abandonan a sus hijos?”, preguntó una joven que interpelaba a un adulto que daba un discurso acerca del modelo tradicional y natural de familia, conformada por mamá, papá e hijos.  Definitivamente la respuesta era compleja.

En primer lugar porque nuestros jóvenes están convencidos de que los adultos atacan sus derechos de decidir sobre su sexualidad, algo completamente erróneo, porque, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica <<La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro>>, en otras palabras, lo que buscamos los adultos es que los jóvenes aprendan a ser responsables y no se adelanten a experimentar con sus cuerpos, haciendo del sexo un juego con consecuencias que puedan truncar sus planes futuros.  (CEC 2333).

Para dejarlo claro: estamos viviendo en un mundo sexualizado, es decir, se nos ha hecho creer que mantener relaciones sexuales desordenadas es algo normal.  Por supuesto, esto se ha logrado con la ayuda de la televisión y el cine, obviamente, de manera gradual y con mucha paciencia, pues era inusitado ver en un programa de los años 80 una escena explícita de cama porque se consideraba inmoral.  Sin embargo, poco a poco las telenovelas, series y películas han transformado nuestra manera de ver estos encuentros hasta el grado de hacernos creer que no tienen nada de malo, presentándolas en horarios para todo público.  Y como si eso no fuera suficiente, de unos cinco años para acá, han ingresado las escenas de “amor” homosexual, defendido por personas que se dicen “abiertas” a las relaciones entre personas del mismo sexo.

Por supuesto, quien se atreve a levantar la voz en contra de estas manifestaciones, es tachado inmediatamente de homofóbico, otra palabra que se ha colado en nuestro vocabulario para marginar a quienes expresan su apoyo al matrimonio entre hombre y mujer.  Y sin razón, pues no se trata de atacar a las personas que revelan su preferencia sexual hacia su mismo sexo, allá cada quién, sino de defender la institución del matrimonio y como consecuencia, la familia, base y célula de la sociedad.

Y es que resulta que estamos inmersos en una enorme controversia debido a que el presidente Peña Nieto envió al Congreso de la Unión una iniciativa de reforma al artículo cuarto de la Constitución para reconocer, según sus palabras, “el derecho de los mexicanos a contraer matrimonio sin ser sujetos a discriminación por su origen  étnico o nacional, discapacidad, condición social, salud, religión, género o preferencia sexual”.  Según las notas de periódico nacionales, el presidente escuchó una serie de peticiones de organizaciones sociales que apoyan a la comunidad LGTTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Transgénero y Bisexuales) y aseguró que procesará sus demandas para combatir efectivamente la discriminación.  En respuesta, organizaciones civiles, católicas y cristianas  se manifestaron en contra del mal llamado “matrimonio” igualitario, pues permitirlo abriría la puerta a las adopciones de niños por estas parejas, bajo la bandera de defender el derecho de esta minoría a adoptar.  Sin embargo, lo que se está dejando de lado es el derecho de los niños a tener padre y madre.

Es obvio que este espinoso tema tiene a nuestro país inmerso en el caos, sumado a la gran cantidad de problemas que ya teníamos y que derivan en una marcada y lamentable división entre distintos sectores de nuestro país.  Desgraciadamente, la familia se ha visto atacada por fenómenos como la separación debido a la emigración a Estados Unidos, la pobreza, las adicciones, la falta de oportunidades y el divorcio.  Ha sido una dura prueba para todos sus miembros tener que atravesar por estos dramas para aumentar ahora el descontento social por la necedad de cumplir con la agenda de los países poderosos que quieren determinar la ideología de países menos desarrollados.

Con lo que no contaban era con que la sociedad mexicana no es indiferente a ese tema.  Tocar a la familia es asunto grave. Sobre todo porque, partiendo de la base que es el matrimonio entre un hombre y una mujer, cuyo fin es prolongar la especie, se atentaría contra el modelo natural de procreación, dando lugar a abusos como el alquiler de vientres, el congelamiento y posterior desecho de embriones producidos en laboratorios, por mencionar solo algunos que ya son una realidad.

Sí, es un tema complejo, y, volviendo al punto original, ¿qué respuesta dar a las parejas heterosexuales que abandonan a sus hijos? Creo que en gran medida se debe a que no estaban preparadas en ningún sentido para recibir el don de una vida dada por Dios.  Es urgente trabajar en la restauración de los valores dentro de las familias, atender a las que están fracturadas y apoyar a los niños, jóvenes y adolescentes que sufren abandono.  Tal situación no se verá solucionada con el matrimonio homosexual y menos con la adopción de menores, que para las parejas heterosexuales resulta muy difícil conseguir.

Lo que necesitamos en nuestro país es dejar de atacarnos unos a otros, reconocer que los derechos humanos son los mismos para todos y respetar la forma de pensar de los demás, dejando de lado las diferencias para construir una mejor nación.  Pero también es necesario reconocer que defender la familia natural no es homofobia, es simplemente ciencia que se enfoca en que solo un hombre y una mujer pueden engendrar vida y dar a los hijos lo necesario para que aprendan de sus semejanzas y diferencias a fortalecer su identidad sexual.

 

 

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