Por Fernando PASCUAL |
La historia del cristianismo está marcada por numerosas divisiones. Ya desde los primeros años hubo quienes provocaron tensiones y conflictos que llevaron a la creación de grupos que se iban separando de la Iglesia.
Con el pasar de los siglos la lista de separaciones ha aumentado considerablemente. Sabelianismo, montanismo, marcionismo, modalismo, pelagianismo, arrianismo, monotelismo, gnosticismo, nestorianismo, monofisismo, catarismo, luteranismo, calvinismo…
La lista se hace mucho más larga a causa de los numerosos grupos que han surgido a partir de las ideas de algunos “reformadores” como Lutero, especialmente en los últimos 200 años: mormones, testigos de Jehová, adventistas…
Detrás de cada herejía hay personas concretas que las originaron. Los iniciadores, un día, rompieron con la unidad de la Iglesia, por motivos doctrinales o por motivos de otro tipo, y crearon nuevas organizaciones. La división había iniciado, y en algunos casos ha durado siglos y siglos.
Algunas de las herejías más difundidas tienen sus aniversarios. De ahí la pregunta: ¿cómo recordar el inicio de una herejía? ¿Hay que celebrar ese momento o pensar en caminos para conocer los hechos y pedir perdón si hace falta un camino de conversión?
Recordar el inicio de una herejía supone reconocer el drama que hay detrás de cada división. Si un grupo de cristianos dejan de creer en los dogmas enseñados por la Iglesia y optan por desobedecer al Papa y a los obispos cuando enseñan la fe recibida de los Apóstoles, ¿no estamos ante un hecho dramático y una ruptura no deseada por Cristo?
El Maestro rezó por la unidad. “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. (…) No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,11.20-21).
San Pablo advirtió en Mileto a los presbíteros venidos desde Éfeso del peligro de los lobos rapaces que dividirían y engañarían a los hermanos: “Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí” (Hch 20,29‑30).
San Judas, por su parte, advirtió de que vendrían “hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías” y que crearían divisiones (cf. Judas 18‑19).
Un texto de san Juan es especialmente claro sobre la procedencia de los falsos hermanos: “Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta de que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros; pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros” (1Jn 2,18‑19).
Es necesario aclarar que hay diferentes situaciones entre quienes creen en herejías: unos dieron inicio al nuevo grupo, mientras que otros aceptan esas herejías simplemente por haber sido educados desde niños en las mismas, o por otros motivos.
Pero la división, en cuanto separación del mensaje de Cristo y ruptura de su Iglesia, es siempre un daño. Por eso no tiene sentido celebrarla. Frente a las divisiones, la respuesta es conocer mejor la fe católica, pedir a Dios el don de permanecer fieles a la misma, y rezar para que pronto cesen las divisiones.
Entonces será posible vivir sin separaciones surgidas por culpa de las herejías. Así habrá un solo rebaño bajo un solo Pastor, gracias a la acogida del mensaje de Cristo tal y como es presentado por quienes escogió como sus Apóstoles y por sus sucesores (cf. Jn 10,16; Lc 10,16).