El Observador / Redacción
El domingo pasado se celebró la marcha del orgullo gay en muchas partes del mundo. De regreso de su viaje internacional número 14, ésta ocasión a Armenia, el Papa Francisco no se libró de la pregunta que ya había respondido hacía tres años, de regreso de su primer viaje a América Latina, a Brasil, cuando subrayó aquello de “¿quién soy yo para juzgar…?”, que causó tanto revuelo.
Esta vez el Papa se explayó. Y dio una lección de humildad, apertura, concisión y doctrina.
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Hace unos días, el cardenal Marx, en una conferencia en Dublín sobre la Iglesia del mundo moderno, dijo que la Iglesia católica debe pedir disculpas a la comunidad gay por haber marginado a estas personas. En los días después de la masacre de Orlando… muchos dicen que la comunidad cristiana tiene que hacer algo con este odio hacia estas personas. ¿Qué piensa usted?
Papa Francisco: Yo repetiré lo que dije en el primer viaje. También repito lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: que no sean discriminados, que deben ser respetados, acompañados pastoralmente. Se puede condenar, pero no por motivos ideológicos, sino por motivos digamos de comportamiento político, como ciertas manifestaciones un poco demasiado ofensivas para los demás. Pero esto son cosas que no tienen que ver con el problema. Si el problema es una persona que tiene esa condición, que tiene buena voluntad y que busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? Debemos acompañar bien…
¡Lo que dice el Catecismo! Es muy claro el Catecismo. Después, hay tradiciones en algunos países, en algunas culturas, que tienen una mentalidad diversa con respecto a este problema.
Yo creo que la Iglesia no solo debe pedir disculpas, como ha dicho algún cardenal marxista (ríe), no solo debe pedir disculpas a esta persona que es gay a la que ha ofendido, sino también pedir disculpas a los pobres también, a las mujeres explotadas, a los niños explotados en el trabajo. Debe pedir disculpas por haber bendecido tantas armas. La Iglesia debe pedir disculpas por no haberse comportado muchas veces…
¡Cuando digo Iglesia, digo los cristianos! La Iglesia es santa, los pecadores somos nosotros. Los cristianos debemos pedir disculpas por no haber acompañado tantas elecciones, tantas familias…
Yo recuerdo de niño, en Buenos Aires –la cultura católica cerrada, yo vengo de allí-, donde, si había una familia divorciada, no se podía entrar en su casa. Estoy hablando de muchos años atrás. La cultura ha cambiado, gracias a Dios. Los cristianos debemos pedir disculpas.
Y no solo: perdón. Perdón. Perdón, Señor. Es una palabra que olvidamos mucho.
Ahora hago de pastor y hago el sermón. (Ríe) No, esto es verdad: muchas veces está el cura patrón y no el cura padre. El cura que regaña, no el cura que abraza, perdona conforta… ¡Pero hay muchos! Capellanes de hospital, capellanes de presos, tantos santos… Pero estos no se ven porque la santidad es pudorosa, se esconde. En cambio, es un poco descarada la impudicia. Es descarada, se hace ver. Hay muchas organizaciones de gente buena, y gente no tan buena….
Gente que, porque tú das un sobre un poco gordo, miran a otra parte como las potencias internacionales con los tres genocidios. Nosotros los cristianos –curas, obispos- hemos hecho esto. Pero también nosotros, cristianos, tenemos una Teresa de Calcuta, y muchas Teresas de Calcuta. Tenemos muchas monjas en África, muchos laicos, muchos matrimonios santos… El trigo y la cizaña.
Y así dice Jesús que es el Reino. ¡No debemos escandalizarnos de ser así! Debemos rezar para que el Señor haga que esta cizaña acabe y haya más trigo. Esta es la vida de la Iglesia. No se puede hacer un límite.
Todos nosotros somos santos porque todos nosotros tenemos el Espíritu Santo dentro. Pero somos todos nosotros pecadores. Yo el primero. ¿De acuerdo? No solo disculpas: ¡perdón!