ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |
Este fin de semana, en las calles de la Ciudad de México y en otras partes, multitudes se manifestaron en apoyo a la Familia. Si bien es deseable que las familias estén compuestas por un padre, una madre e hijos, y sobre todo que ambos adultos sean personas responsables, maduras y funcionales, la realidad es más compleja y rebasa lo que consideramos ideal. Claro que es importante apoyar este tipo de familias, pero no siempre se logra dicho prototipo y nos encontramos diferentes combinaciones de adultos que tienen hijos biológicos o adoptados a su cargo. La iniciativa del Presidente respecto al matrimonio igualitario ha desatado debates y marchas. Considero que los argumentos que sostienen que hay una ideología de género o un imperio gay manejando los hilos se basan más en teorías de la conspiración, paranoias y fantasmas, y no ayuda al diálogo ni a la comprensión de lo que realmente está sucediendo.
Como Iglesia nos hace falta dialogar con las realidades que se nos presentan. No toda realidad actual está nítidamente identificada, entendida, matizada y atendida por nuestros catecismos. La realidad cambia y con ella nuestras sociedades. Es verdad, no todo lo nuevo es bueno, ni malo, pero se requiere enfrentar de mejor manera lo que se nos presenta. Cada tanto hay situaciones que se salen de la norma y, en ocasiones, se tienden a condenar. Así pasó con la relación entre la ciencia y la religión, en tiempos de Galileo, que ante la propuesta de un cambio de paradigma (no es el sol el que gira alrededor de la tierra, sino la tierra alrededor del sol), lo que brincó fue la anatema. Con el tiempo, las evidencias hicieron ver que las observaciones de Copérnico y Galileo tenían la razón. Si bien hubo épocas de agrias disputas entre la ciencia y la religión, creo que en la actualidad se distingue que ambas caminan en sus respectivas sendas -no necesariamente son opuestas- y que es importante tender puentes de diálogo para el enriquecimiento mutuo. Me parece que en la actualidad, en una parte de la Iglesia mexicana, hay agrias disputas con el tema de la homosexualidad, a la que de entrada se le tilda de enfermedad -y se apuesta a que se cure-. Urge aprender a matizar y, sobre todo no generalizar. Tenemos que entender esta realidad desde otras ópticas y tener más misericordia en nuestras opiniones. Es importante ver y respetar a las personas reales, y no colgar etiquetas que muevan a la discriminación, al odio o al miedo.
Ante nuestra preocupación por las nuevas generaciones, es obvio que cada niño debe crecer en un ambiente de amor y de respeto, y debe de contar, por lo menos, con una madre o un padre que sea una persona responsable, madura y funcional. Estas características no son exclusivas de los heterosexuales. Es importante defender a la familia, pero debemos entender otros modelos que ya están presentes en la realidad de nuestras sociedades. Y si vamos a pensar en los hijos, en los niños mexicanos, debemos ampliar el radio de atención y considerar lo social. Importa que el niño y el joven crezcan en ambientes libres de violencia.
Esta semana se cumplen 2 años del secuestro de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa por parte de un grupo del crimen organizado, en el Estado de Guerrero. Por tal motivo, estos días habrá marchas y manifestaciones. En estos años, los desaparecidos se han convertido en un fantasma que recorre México exhibiendo la impunidad y la corrupción en los diferentes niveles de Gobierno, que toca al aparato de todos los Partidos Políticos y sus respectivos actores, así como a las diferentes Policías y al Ejército.
Somos un país que, entre marcha y marcha, se enfrenta ante fantasmas mentales y, por otro lado, se enfrenta con la realidad ineludible de los fantasmas del narco, de la violencia, de la inseguridad, de la pobreza, de la corrupción y de la impunidad. Estos últimos fantasmas dan verdadero terror.