Por Antonio MAZA PEREDA | Red de Comunicadores Católicos |
Sin duda una gran sorpresa. Después de muchas décadas de guerra entre el gobierno colombiano y la guerrilla, finalmente se llega a algunos acuerdos. Éstos, firmados preliminarmente en La Habana, son puestos a consulta en un plebiscito y rechazados, por una pequeña diferencia de votos.
Aparentemente, una parte mayoritaria de los colombianos no está dispuesta a aceptar la paz a cualquier costo. Posiblemente los negociadores confiaron en el cansancio del pueblo colombiano y supusieron que aceptarían cualquier arreglo, con tal de tener la paz. Aparentemente, la realidad es diferente.
Claramente, la diferencia no es en cuanto a lograr una paz o seguir en guerra. La diferencia está en los contenidos de los arreglos para la paz. Particularmente, parece como que se dará un perdón generalizado por todos los crímenes cometidos por ambos bandos. A una buena parte de la población le parece que esto es excesivo.
Esto me trae dos recuerdos. Poco más de un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro británico, Chamberlain, le entrega Checoslovaquia a los alemanes y regresa feliz a su país diciendo: «Paz con Honor. Paz en nuestro tiempo». No le importó el sufrimiento de Checoslovaquia. Al poco tiempo, Hitler desconoce todos los acuerdos e inicia la Segunda Guerra Mundial. La política de apaciguamiento no funcionó. Y normalmente no funciona. Y esto es posiblemente el temor de muchos colombianos.
El otro recuerdo es más personal. En el año 2000, a punto de iniciar la alternancia de sistemas de gobierno en México, tuve la oportunidad de conversar un aguerrido clérigo de la Teología de la Liberación, sobre las condiciones en que se daría ese cambio. El buen fraile estaba muy a disgusto porque el nuevo gobierno no estaba proponiendo una acción generalizada para meter en la cárcel a todos los funcionarios de los gobiernos anteriores. Comentando sobre la posibilidad de una amnistía general, como la que ha ocurrido en otros países en situaciones parecidas, el hombre se horrorizó. «Primero que nada hay que cumplir con la justicia», decía. A lo cual le pregunté: «Qué va primero, ¿la justicia o la misericordia?». El hombre empezó a decir que la justicia, pero lo pensó mejor y se quedó sin respuesta.
Probablemente este es el fondo del tema en los acuerdos de paz de Colombia. Se planteó la paz sin considerar la necesidad de tener un balance entre la justicia y la misericordia. Como es costumbre en muchos gobiernos, por desgracia, los acuerdos no se llevaron a un debate público. No se hicieron consultas públicas y se confió que todo el pueblo estaría feliz de lograr la paz a toda costa. Hicieron los acuerdos «en lo oscurito», lejos de la patria, en una nación que no era neutral en este conflicto. No se cuidaron de trabajar en un terreno neutral, como se ha hecho en otras ocasiones para conducir negociaciones complicadas. Y el resultado está ahí.
También, como de costumbre desgraciadamente, no se consideraron los derechos de las víctimas. Grave falla en los organismos de defensa de los derechos humanos. Y esto es algo importante. El sufrimiento de una parte importante de la población en este conflicto, no ha sido tomado en cuenta. No soy un experto en Colombia, pero pude vivir una parte del terror y la zozobra diaria que vivía este pueblo tan querido. En el año de 1989 tuve la oportunidad de pasar, junto con otros colegas mexicanos, algo más de 100 días, 10 días de cada mes de ese año, trabajando en ese hermoso país. Desde mi primera visita, antes de 24 horas, la capital se paralizó, se pusieron retenes militares en todos lados porque acababa de explotar una bomba. A lo cual siguieron varios atentados y crímenes a lo largo de ese año.
En varias ocasiones, personas a las que había entrevistado eran asesinadas horas después de que nos habíamos visto. Mis colegas y conocidos colombianos se desvivían por darnos consejos para evitar ponernos en peligro y siempre veíamos en ellos el temor de que algo nos pudiera pasar.
Yo sólo tuve una pequeña muestra de ese terror. No puedo imaginarme como es vivir así por muchos años. Y entiendo que es demasiado pedir a todas estas víctimas, directas e indirectas, que renuncien a que se haga justicia. Claramente, la respuesta al clérigo que antes mencioné es que, al menos en teoría, la misericordia debe estar por encima de la justicia. Pero tampoco se puede aceptar que no haya alguna medida de restitución de la justicia. Para ambos campos, no sólo para algunos.
Una situación compleja, para la cual los negociadores que acordaron a espaldas del pueblo colombiano, no están dando una respuesta. Parece indispensable revisar los términos de los acuerdos, escuchar a esa parte mayoritaria de la población que no está de acuerdo y lograr con ello soluciones que contengan una medida de justicia, de restitución para las víctimas y las familias de estas. La posición de que «los acuerdos no son negociables», no contribuye a la paz. Por el bien de esta querida nación, ambas partes deben de ceder un poco. Deben buscar el balance entre justicia y misericordia, prefiriendo la última pero sin olvidar la primera. Quiera Dios que ambas partes encuentren la sabiduría y la generosidad para lograr una paz duradera en Colombia.