Por Fernando PASCUAL |

 

La vida es como una gran batalla. Hay momentos de serenidad y momentos de lucha. Hay victorias y hay derrotas.

Esa batalla ocurre en lo pequeño. Suena el despertador. La pereza impulsa a permanecer entre sábanas. La diligencia empuja para dar un buen inicio a la jornada.

Esa batalla se intensifica en momentos decisivos. Una propuesta desleal abre un panorama de dinero fácil y de triunfos sociales. La conciencia avisa. La tentación brilla con una fuerza que asusta.

Esa batalla pasa de las personas a las sociedades. Luchas entre partidos, luchas entre barrios, luchas entre clases, luchas entre grupos de todo tipo (nacionalidades, razas, lenguas, religiones).

A lo largo del sendero de la historia, caen a uno y otro lado los cadáveres. Cadáveres en el alma: miles de hombres sucumben ante la fuerza de las pasiones o ante los miedos del conformismo. Cadáveres en el cuerpo: muertos reales, con nombres y apellidos, o desconocidos (embriones, fetos, adultos…).

Da miedo ver cómo fuerzas malignas asaltan el propio corazón y el de familias, grupos o naciones. Tantos han quedado atrapados por el odio. Tantos otros se convierten en soldados de ejércitos que propagan muerte en los espíritus y en las vidas concretas.

En medio de ese panorama, no faltan mentes, corazones y manos que ayudan a los caídos y a los heridos. Tienen misericordia, ofrecen medicinas, dan consuelo, apoyan a quienes pierden a sus seres queridos, promueven caminos hacia sociedades en paz y justicia.

También Dios da esperanza y asegura la llegada de una justicia completa. Porque ninguna víctima inocente quedará sin recibir su premio. Como tampoco ningún delito egoísta y no purificado quedará sin ser castigado.

Es cierto, también existe la misericordia. A ella acudimos cuando el pecado ha manchado nuestras almas y nos ha convertido en pequeños actores al servicio del mal y del sufrimiento de tantos inocentes. A ella imploramos para que triunfe en más corazones la bondad, la ternura y la firmeza que promueve la justicia.

Este día, en su aparente normalidad o en sus momentos dramáticos, es una nueva pieza del mosaico de la inmensa y misteriosa batalla de la vida. Pedimos a Dios fuerza y paciencia para resistir al maligno, y generosidad y esperanza para orientar las energías que nos quedan hacia lo bueno, lo noble, lo perfecto…

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