Por Mónica MUÑOZ |

“Deja el celular cuando estés con tus seres queridos porque te pierdes de momentos especiales con tu familia”, frases como ésta son las que actualmente vemos en numerosas campañas de las redes sociales que le apuestan a que los jóvenes entiendan que pierden demasiado tiempo en el teléfono móvil.  Pero tengo algo que añadir: no son sólo los jóvenes quienes están cayendo en la adicción a los dispositivos electrónicos, con mucha angustia debo reconocer que también los adultos somos presa de ellos.

Resulta que en el reducido espacio que ocupa un teléfono celular, encontramos un inmenso mundo de gratificaciones disponible para quien, ingenuamente, compra uno con todas las aplicaciones de moda.  Y no es de extrañar, pues según los expertos, cuando interactuamos en las redes sociales, nuestro cuerpo segrega dopamina, un neurotransmisor que, entre otras funciones, es el responsable de provocar adicciones porque genera una cierta motivación por el placer que el cerebro sabe que obtendrá.

Por supuesto, no sólo se refiere a la adicción a las drogas, la hay también al tabaco, el alcohol, el juego, la comida y a los celulares. Sí, escucharon bien, ¿cómo es esto? Pues a simple vista, es bastante simple.  Imaginemos a un adolescente que todo el día está metido en su teléfono, revisando sus cuentas de Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat y demás. No hace ruido, apenas reacciona si se le llama para comer, en la mesa no quita la vista de la pantalla para llevarse una cucharada a la boca, concluye y regresa a su cuarto para permanecer unas cuantas horas más pegado a su dispositivo.  Eso sí, a lo mejor se ríe, se toma una foto, manda mensajes por Messenger o Whatsapp y con eso cree que tiene una vida social plena, sin salir de su casa.  A lo mejor piensan que estoy exagerando, pero la realidad es más cruda.

Los jóvenes creen que no hay vida sin celular, lo que queda comprobado con sus reacciones si llegan a olvidarlo al salir de su hogar.  Sufren desesperadamente y piensan que se están perdiendo algo vital para su existencia si no lo llevan consigo.  Es más, se sienten desnudos sin él y hasta creen que vibra en sus bolsillos.  Se ha llegado al grado de bautizar estos padecimientos con nombres como “whatsapitis” o “phubbing”, debido al alto índice de personas que presentan síntomas.

Y aunado al daño mental provocado por la adicción a estos aparatos, encontramos también el daño fisiológico, como la exposición prolongada a la radiación que emite, que, aunque no está absolutamente comprobado, se teme que sea causante de tumores en el cerebro, sin embargo, al tenerlo encendido las veinticuatro horas del día, se convierte en un distractor que perturba el sueño, porque constantemente suena con la entrada de mensajes, lo que provoca que el cerebro esté en alerta y además de que la luz constante puede dañar la vista, suprime la producción de melatonina, la hormona que favorece un buen descanso.  Y podemos agregar las torceduras de cuello y dolores en brazos, manos, dedos y cabeza por el abuso en la utilización de estos dispositivos.

Y qué decir de los daños producidos a las relaciones interpersonales, se han hecho estudios con respecto al aislamiento que presentan quienes viven imbuidos en la tecnología, llámense adolescentes que no se comunican más con sus padres, jóvenes que se aíslan en su mundo digital, adultos que descuidan a sus hijos por atender sus aparatos, matrimonios que se rompen por celos o infidelidades y si sigo la lista, es seguro que encontraremos más males que bienes.

Es evidente que no podemos vivir en la prehistoria y pretender que la tecnología dejará de estar presente en la vida cotidiana, porque hay que destacar que también ha traído muchos beneficios a los usuarios, tales como acercar a las personas que viven en lugares lejanos, dar acceso a conocimientos generales con solo un clic a algún enlace electrónico y mantener al tanto de los acontecimientos casi en el instante en que se llevan a cabo.

Por eso, es necesario poner reglar a su uso, analizar con cuidado si se está cayendo en la adicción o si ya se es adicto y por encima de todo, alertar a los jóvenes, adolescentes y niños sobre los peligros que implica abusar de estos aparatos.  Hay que vigilar de cerca lo que ven los hijos, si son pequeños nunca darles el celular para que se entretengan y a los mayores ayudarlos a mantener una sana distancia con los dispositivos, sobre todo de noche, para evitar alteraciones en el sueño. De esta manera, creo que podemos sanear las relaciones y evitar daños a la salud mental, física y espiritual, haciendo uso de nuestra libertad y razón para determinar tiempos y momentos oportunos sin esclavizarnos a estos artefactos.

Aunque lo mejor, indudablemente, sería seguir encontrándonos  con la red social más efectiva y satisfactoria, que es la que se teje cara a cara, sin intervención de ningún objeto que pueda convertirse en obstáculo para el entendimiento entre los seres humanos. Nos queda una tarea pendiente.

¡Que tengan una excelente semana!

 

 

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