Por Fernando PASCUAL |
El padre abad se sentó frente a su computadora y empezó a escribir.
“Te mando un saludo, Juan, esperando estés muy bien. Desde hace tiempo quería encontrar un modo de hablar contigo. Tras darle vueltas al asunto, opté por este mensaje escrito.
Durante los últimos meses tu rostro muestra penas y luchas interiores. No sé exactamente qué te pasa. Intuyo que hay problemas que te gustaría resolver, quizá incluso dudas de fe.
No puedo ir más allá de aquello que tú desees abrir de tu alma. Lo que sí me gustaría ofrecerte, como amigo y sacerdote, es una palabra de cercanía y mis mejores deseos para que Dios te conceda luz y te devuelva la paz.
A eso me limito, y a enviarte estas líneas. Porque, de verdad, en las luchas de la vida da un consuelo especial encontrarse con manos amigas dispuestas a la escucha, que ofrecen consejo y ayuda en medio de la tempestad.
Sé que Dios trabaja siempre en tu corazón, como en el mío y en el cada ser humano. Por eso lo que más importa ahora es reconocer Su Voz para recibir un luz y una esperanza que nadie nos puede dar en esta tierra.
Aunque sea una ayuda pequeña, también nos anima tener a alguien a nuestro lado dispuesto a escuchar, a aconsejar, a corregir como hermano, a sacarnos del hoyo cuando el agua llega hasta el cuello.
Sé que estas líneas quedan muy en lo genérico. Como ves, me he detenido con respeto a las puertas de tu alma. Más no puedo hacer, porque tu interior pertenece solo a Dios, y también está en tus manos.
Rezo por ti, para que pronto termine la tormenta que te angustia. Reza por mí, porque soy frágil como tú, y necesito cada día abrirme al amor y la misericordia de Dios Padre.
Te encomiendo a la Virgen María. Ella es Madre y sabe comprender lo que muchas veces los demás no son capaces. Desde su cercanía, estoy seguro de que es posible el milagro de un reencuentro con Cristo.
Que Dios te bendiga mucho. Y que el Evangelio que tienes en tu habitación te permite escuchar nuevamente un anuncio que salva y que vence las tinieblas. “¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Con mis oraciones, en estos momentos y siempre, tu amigo sacerdote”.