Por Jaime Septién |

Fue un hombre extraordinario. En todos los sentidos. Zacatecano de familia paterna, neurocirujano de profesión, católico de convicción y una de las almas más caritativas que han pasado por estas tierras. Faustino Llamas nos ha dejado.  Un terrible accidente de tráfico le arrancó de esta vida de la que gozaba enormemente.  Y a la que se entregaba en servicio a los pobres.  Sus fundaciones tenían un denominador común: apostar –desde la Providencia— por los que la sociedad descarta. Los invisibles.

Al ver en la pantalla de mi teléfono el nombre “F. Llamas”, ya sabía que venía el reclamo (más que justificado): “Inocente, necesito tu aportación”. Me avergüenza reconocer que no siempre respondí a su llamado. Pero siempre estuve cerca de su misión, aunque fuese moralmente. Cosa que le importaba un rábano.  Iba a lo que iba. Su listón estaba muy alto. Era de los muy pocos que hacen lo que piden. Capaz, muy capaz, de “quitarse la camisa” para dársela a otro. A quien fuera ese otro.

Junto con Maité, mi esposa, la hermana Marilú Loyda y otras personas, participó an el rescate de prostitutas para darles un camino de vida digno.  Era alucinante. Lo hizo todo. Se comprometió todo. Buscó todo. Para quienes están heridas, olvidadas, insultadas.  Era su modo de entender la fe.

Y no había manera de quitarle una idea que se le metía en la cabeza. Como tampoco había manera de que dejara de comprometerse –rasgo de su eterna juventud, de su vigor inusitado– lo mismo en aprender árabe que en echar a andar casas de acogida en la conchinchina. Su extraordinaria mujer, Martha, sus hijos, sus nietos, todos aquellos a quienes involucró en las obras que llevaba a cabo, saben muy bien que en Faustino se hizo carne lo que tanto trabajo cuesta asumir en nuestras empresas, en las fundaciones, en nuestra familia: «date gratuitamente».  Su agradecimiento era para con Dios y comenzaba, a diario, en Misa de 6 de la mañana.

Algo más: su buen humor. No lo recuerdo sin sonrisa debajo de los enormes bigotes. Rasgo de grandeza de corazón. Un corazón de hombre entregado y vital. La muerte de un justo es la gloria de la Iglesia. Adiós, «inocente». Que Dios te guarde.

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