AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |

El País (España) titula: «Macri logra todo el poder para reformar Argentina». No fue obra de un día. Macri es un maratonista político, a diferencia, por ejemplo, de su colega francés. Macron conquistó un poder similar para reformar su país en una carrera de 100 metros.

Antes de ser político, Macri ya había sido empresario de cuna y de trayectoria propia. Y antes de ser candidato presidencial, ha sido alcalde de Buenos Aires. La plenitud del poder le llega ahora por la conquista de espacios parlamentarios, no por su anulación.

«Mauricio Macri se convirtió en la noche del domingo (22 de octubre) en el líder más fuerte de América Latina», escribe Carlos E. Cué en El País. Es una buena noticia para todo el continente, Estados Unidos inclusive: un empresario con ideas centristas puede ganar elecciones y gobernar con resultados. No vivimos en un continente condenado al populismo. Que este mensaje llegue desde Argentina, cuna del populismo peronista, significa mucho.

La figura de Macri es una advertencia a los empresarios que se asoman a la política. No hay nada malo en la pretensión de un empresario de aportar al bien común por medio de un cargo público. Pero no debe confundir la actividad política con la empresarial.

Quizás el mundo del deporte por el cual Macri ha pasado como presidente de los Boca Juniors (1995-2007) le ha enseñado algo al respecto, algo sobre la particular combinación de lo racional y lo emocional que caracteriza el fútbol, la segunda religión argentina, o más bien la primera. Lo de Macri fue más que una pasantía en el deporte.

Como alcalde de la capital (2007-2015) ha podido adquirir los códigos propios a la política en las distancias cortas. Llega a la presidencia con 56 años, ni muy joven ni muy viejo. Como un hombre para los procesos largos, humanos y demasiado humanos y, por eso, complicados, un hombre que sabe qué cosas tienen que crecer por sí mismo y que cosas exigen una mentalidad emprendedora que dice: si no lo hago yo, no lo hace nadie.

Con todo el poder que controla ahora, Macri tiene que buscar alianzas. Le deseo mucha suerte. Puede ser un gran ejemplo, para todo el continente, de un empresario verdaderamente bilingüe en los dos idiomas de la modernidad: el lenguaje tecnócrata de la economía y el lenguaje emocional de las calles de Buenos Aires y del mundo.

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