Desde el 14 de febrero, miércoles de ceniza, la Iglesia ha iniciado una campaña de oración por la vida, reconociendo en ella un don de Dios que todos estamos llamados a custodiar, promover y defender.   

Esta campaña pretende hacer conciencia de que la vida humana biológica tiene un valor fundamental y, en principio, es inviolable, aun en situaciones de sufrimiento extremo o en condiciones donde haya daño a la vida humana que se gesta en el vientre materno e incluso al favorecer las condiciones de suficiente “calidad de vida” merecida para los enfermos, ancianos y minusválidos. 

 Para asumir una auténtica cultura de la vida se requiere una auténtica ética de la vida, recordar a los seres humanos los deberes que tenemos con ella.  

Si se despoja de su halo sacro, la vida humana se presenta como algo de lo que se puede disponer libremente, conforme a criterios discrecionales o de conveniencia. La Iglesia, sin embargo, en fidelidad a la revelación, considera que la vida humana “ha de ser tenida como sagrada desde el momento de su concepción hasta su término natural”. 

La Iglesia considera sagrada la vida humana porque es consciente de la grandeza del Creador y lo respeta, y porque reconoce la alta dignidad de la persona humana (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 466). Ha recibido el mandamiento expreso: “No quites la vida del inocente y del justo” (Éxodo 23, 7). 

La vida humana “es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una relación especial con el Creador, su único fin” (CIC 2258).  

La vida humana es una realidad que es contemplada en toda su hondura sólo desde una mirada teológica; desde una mirada que deje a Dios ser Dios, y que comprenda todas las cosas en su relación con Él. 

CODIPAC-TUXTLA

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