Por Antonio Maza

Al inicio de la campaña presidencial que estamos viviendo, la Conferencia Episcopal Mexicana exhortó a no buscar el voto por el mal menor, sino por el mayor bien posible. A pocas semanas de las elecciones, parece difícil encontrar ese mayor bien en las propuestas presidenciales y en la miríada de otras elecciones que se definirán el primero de julio.

El concepto, para los no iniciados, parece un juego de palabras. El menor mal, para la mayoría, nos parece muy equivalente al mayor bien. Un buen filósofo trató de demostrarme que sí hay una diferencia. Inútilmente. De seguro por mis limitaciones.

Para muchos ciudadanos, es difícil ver algún bien en las propuestas partidistas. Hace varios meses se comentaba que éstas serían las elecciones de la democracia contra el autoritarismo. A estas alturas, todos los candidatos se han mostrado autoritarios. Sea en lo personal, en el modo como impusieron su voluntad a su partido, o en el historial del partido con el que pretenden gobernar.

Hablamos de evitar el populismo y, en la práctica, todos han hecho propuestas populistas de subir salarios por decreto, bajar precios de la gasolina, de ofrecer salarios básicos a toda la población o a las mujeres, de dar servicios gratuitos. Parecería una subasta en que los asistentes compiten para ver quién da más.

Se propone acabar con la corrupción, y en sus equipos hay personas notoriamente corruptas. Se piden propuestas viables, y nadie dice cómo llevará a cabo sus ofrecimientos ni, mucho menos, de donde saldrá el dinero para pagar sus costosas propuestas. Muchos pensamos que esos ofrecimientos saldrán de nuestros bolsillos y que los candidatos no lo dicen para no asustarnos.

En fin, la ciudadanía está muy confundida. De hecho, no es de extrañarse que más de la cuarta parte de los votantes sigan indecisos. Dadas las ofertas de campaña, sería de esperarse mucha mayor confusión. Y, con tal cantidad de indecisos, el resultado puede ser muy diferente del que marcan las encuestas, lo cual bien podría llevar a acusaciones de fraude y a conflictos post electorales.

Sí, la clase política nos ha quedado a deber. Si esos son los mejores exponentes que nos pueden ofrecer, esta caballada flaca que menciona Gabriel Zaid, da verdadero terror cómo serán sus equipos de trabajo a un nivel menor.

De fondo, lo que hay que replantear es el sistema político. Un sistema que sea profundamente democrático, pero que no sea rehén de la clase política. Que tenga tantos contrapesos como haga falta, dada la incapacidad de los políticos de limitarse a sí mismos y entre ellos.

La ciudadanía tenemos que replantearnos el modo de tener representantes que verdaderamente nos representen, mandatarios que verdaderamente gobiernen en nombre de nosotros. Hoy por hoy, es casi imposible decir dónde está el mayor bien entre los partidos y candidatos.

Está, estoy seguro, en la ciudadanía. Pero, desgraciadamente, la ciudadanía no está a votación en las campañas electorales.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador 10 de junio de 2018 No. 1196

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