Por Jaime Septién

El 19 de junio de 1921, a la una y veinte minutos de la madrugada, cuatro días después de cumplir 33 años, Ramón López Velarde, el católico poeta de la «Suave Patria» (su último poema) muere asfixiado por la neumonía y la pleuresía. Había recibido los santos óleos del jesuita Pascual Díaz, luego arzobispo de México.

A 97 años de la publicación de «Suave Patria», en esta hora crucial de México, El Observador no podía dejar de hacer una reflexión sobre lo que dice hoy «Suave Patria».  Desde luego, toca la paradoja que vivimos: «El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros del petróleo el diablo».  Es decir: la Patria es la humildad de María y de su Hijo, pero en la vida actual, el maligno habita en el afán de lucro, el narcotráfico, la violencia, el estupro, la corrupción política, la mentira convertida en candidatura y la candidatura convertida en una máscara de desilusión y extorsión.

¿Dónde, frente a las elecciones del 1 de julio, está la salida en este poema de hace casi un siglo? En que nos diera «frente al hambre y al obús / un higo San Felipe de Jesús».  Nunca mejor dicho: frente a la pobreza y a la balacera, la inocencia de nuestro primer santo.  La santidad como virtud ciudadana esencial. La santidad que es invencible. Y el mejor consejo para la dicha está en que la Patria sea fiel «a su espejo diario».  Porque «cincuenta veces es igual el AVE / taladrada en el hilo del rosario / y es más feliz que tú, Patria suave».

Para los que piensan que solo la «mano dura», la marrullería política, el desdén populista o la dictadura del mercado forman parte del catálogo de «soluciones» de México, López Velarde los pone sobre aviso: la clave está en la humilde oración del Ave María, repetida cincuenta veces, «taladrada en el hilo del rosario» del alma mexicana.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador 17 de junio de 2018 No. 1197

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