Por José Francisco González González, obispo de Campeche |

Al acercarse la peregrinación diocesana a la Basílica de Guadalupe, nos preparamos más intensamente para este viaje de fe. Muchas parroquias se han organizado para llevar grupos de peregrinos a honrar a la Virgen María de Guadalupe, cuyo grande testimonio, sigue haciéndose presente en el Ayate de Juan Diego. Varios sacerdotes se han sumado a la iniciativa de motivar a los feligreses, para ir en grupo a ofrendar el amor filial a la Madre del Cielo, que mandó construir “una casita” al pie del Tepeyac, para mostrar su amor de Madre a todos los habitantes de la Nueva España. Cabe notar y alabar, la nutrida participación de campechanos residentes en la zona metropolitana de la capital del País, quienes hacen presencia, con sus atuendos tradicionales en esta peregrinación. Y como es tradición, después de la Hora Santa en la Antigua Basílica (a las 10 horas el 04 de agosto), pasaremos a la Celebración Eucarística en la Nueva Basílica a las 12 horas.

GUADALUPE, SÍMBOLO NACIONAL

El hecho guadalupano ha tenido gran trascendencia en la vida de México. Desde la conquista, la Virgen María ha unido a los dos pueblos, el nativo y el europeo. Su misma presencia femenina ha suavizado los resultados, que pudieron ser más ásperos y tirantes. La Virgen de Guadalupe se erigió como símbolo de la nacionalidad, desde los tiempos virreinales, no por decreto alguno, sino por la creciente y arrolladora devoción de los múltiples pueblos indígenas. Pero no sólo los nativos honraban y reconocían a la Virgen de Guadalupe, sino también los españoles (peninsulares) y sus descendientes (criollos). En su paso por Atotonilco, el 16 de septiembre de 1810 (por allí pasarán este año los peregrinos de la parroquia de San Román), el Cura Hidalgo y Costilla, toma como estandarte la imagen de la Virgen, símbolo, en lo sucesivo, de la lucha por la independencia. Por su parte, el Cura José María Morelos y Pavón, el 11 de marzo de 1813 proclama, en Ometepec, que todos los mayores de 10 años coloquen una imagen de la Guadalupana en sus sombreros. Lo hacen los soldados, los defensores del culto y de la patria. También Agustín de Iturbide, al culminar la Independencia en 1821, funda la Orden de Guadalupe, por su acendrada devoción a esta advocación. Así pues, la entraña de la Patria es guadalupana. Incluso la reconocen escritores, no muy católicos, como el liberal Ignacio Manuel Altamirano, que aseveró que el día en que el pueblo mexicano dejara de ser guadalupano, habría llegado el momento de ser conquistado y de desaparecer.

ARRAIGADA DEVOCIÓN

El poeta zacatecano, Ramón López Velarde, autor de “La Suave Patria”, afirmó que la entraña de la Patria residía en el amor a la guadalupana, porque vio, en la Basílica, las velas encendidas en las manos curtidas del labrador, como en las encallecidas del obrero, así como en la enguantadas manos de las doncellas y en las inocentes de los niños. Por cierto, hay una recolección de ensayos en torno a la figura de este grande poeta mexicano, y el libro se intitula: “Un corazón adicto”, publicado por la Biblioteca Guillermo Sheridan. En el Himno Guadalupano, compuesto por José López Portillo y Rojas y musicalizado por Tiburcio Saucedo Garay, leemos: “¡Mexicanos volad presurosos, del pendón de la Virgen en pos; y en la lucha saldréis victoriosos, defendiendo a la Patria y a Dios!”.

¡Virgen de Guadalupe, defiende y salva nuestra Patria!

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