Por Fernando Pascual

Queremos saber tantas cosas: sobre el tiempo, el deporte, los impuestos, los planes del gobierno, las andanzas de un personaje famoso, lo que hace el vecino de arriba…

La curiosidad aumenta progresivamente. Buscamos noticias, navegamos en internet. Una página nos lleva a otra. El tiempo pasa. No parece suficiente lo que hemos encontrado. Seguimos indagando.

Poco a poco, la curiosidad puede convertirse en un tirano. Como son miles las preguntas y dudas que giran por la cabeza, la búsqueda de respuestas empieza a ser casi obsesiva y agotadora.

Muchas veces no nos damos cuenta de este proceso. La curiosidad nos lleva a engañarnos: solo un dato más, solo este detalle suelto, solo este blog que ofrece novedades, solo la opinión de aquel escritor famoso…

Al inicio, miramos el reloj: han pasado pocos minutos. No nos damos cuenta de que la suma de esos minutos, a lo largo del día, puede llegar a convertirse en horas…

Mientras, la habitación sigue en desorden. Un familiar espera una llamada que no hacemos «porque no tenemos tiempo». Y el formulario oficial que tenemos que rellenar, urgente, lo dejamos para mañana…

Necesitamos despertar. La curiosidad es peligrosa si nos rodea con sus tentáculos, engañosos precisamente porque nos sentimos libres de buscar o no buscar… cuando en realidad ya no podemos dejar de hacer un nuevo click.

Si aprendemos a usar la mente y la voluntad que Dios nos ha dado para jerarquizar prioridades, para abrir los ojos a los deberes, para reconocer que lo más importante es servir a los familiares y a tantas personas necesitadas, empezaremos a romper cadenas de curiosidad.

Descubriremos, con sorpresa, que con menos tiempo en búsquedas inútiles tendremos más tiempo para personas y asuntos que esperan nuestras decisiones y nuestras energías. Seremos más libres, y usaremos el don del tiempo rescatado para servir a Dios y a los hermanos…

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