En 1820 fue clausurado definitivamente el Tribunal de la Inquisición en México. El decreto se firmó el 31 de mayo, pero el aviso no llegó a la Nueva España hasta el 10 de junio del mismo año. Así que se están cumpliendo 198 años del final de un capítulo de la historia que ciertamente tiene mucho de reprobable pero que los enemigos de la Iglesia se han encargado de agrandar a niveles fabulosos mediante mentiras deliberadas.

Imaginario popular

Tan efectiva ha sido la desinformación   inoculada a lo largo de siglos en la población mundial, que difícilmente alguien puede escuchar la palabra «inquisición» sin dejar de imaginarse un panorama como éste, que se denuncia en el artículo «La Inquisición: la bandera de guerra de los ignorantes», publicado en el portal Religión en Libertad:

«Una cárcel oscura y tenebrosa; en las paredes, instrumentos de tortura; tres curas sentados tras una mesa, de ser posible bien gordos, disfrutando cómo torturan a un hombre en el potro, o cómo se le quema la planta de los pies».

También muchos católicos se lo creen. Ya señalaba el intelectual Léo Moulin, profesor de Historia y Sociología en la Universidad de Bruselas, agnóstico muy cercano al ateísmo, y que militó en las logias masónicas: «La obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia».

Exigencia del pueblo

Por su parte, el  periodista e investigador Vittorio Messori señala que, «entre las deformaciones más vistosas de cierta historiografía está la imagen de un ‘pueblo’ que gime bajo la opresión de la Inquisición y espera con ansia la ocasión de liberarse de ella. Pero ocurre justamente lo contrario: si a veces la gente se muestra intolerante con el tribunal, no es porque sea opresivo con personas como los herejes que, si hemos de atender a la vox populi, no merecen las garantías y la clemencia de la que los dominicos hacen gala. Lo que en realidad querría la gente es acabar con el asunto de prisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de aquellas personas».

La realidad histórica es que la  Inquisición no nació contra el pueblo, sino para responder a la petición que el pueblo estaba haciendo al Papa y a la jerarquía de la Iglesia para que hicieran algo más que campañas de predicación para atraer a los herejes a la fe; porque el pueblo lo que clamaba era que se acabara de tajo con las herejías.

Los que hasta entonces actuaban contra los herejes eran los tribunales civiles. Y cuando las autoridades temporales se hacían de la vista gorda, la sociedad era la que actuaba. Escribe el arqueólogo Diego Álvaro García:

«La impopularidad social del hereje medieval, que solía ser linchado por las turbas sin juicio alguno, fue uno de los factores que obligaron a la Iglesia a crear un tribunal competente, propio, que juzgara esos casos con las debidas bases teológicas».

El hecho, pues, es que fe  y vida estaban estrechamente unidas en el pensamiento del hombre común de la Edad Media; así,  podía comprender que se tuviera tolerancia con los paganos, pues no habían tenido los medios para conocer la revelación; pero le resultaba difícil tolerar que alguien, habiendo abrazado primero la fe católica, después apostatara de ella.

En aquel entonces no se había desarrollado la idea social de la «tolerancia»; ni entre ateos, ni entre judíos, ni entre musulmanes, ni entre herejes y tampoco entre las masas de cristianos. Querer juzgar acontecimientos históricos sin entender primero los criterios que en aquellos tiempos prevalecían en la humanidad es ya, de entrada, un gran error.

Origen de la leyenda negra

Repetir una mentira no la hace una verdad, pero es el sistema que los enemigos de la Iglesia suelen usar, dando lugar a la aparición de las leyendas negras.

La leyenda negra de la Inquisición católica empezó a gestarse a mediados del siglo XVI, cuando escritores protestantes empezaron a exagerar sus rasgos negativos a fin de  difamar a la Iglesia. Entre ellos se puede mencionar al inglés John Foxe (1516– 1587), con su libro The Book of Martyrs, y a Casiodoro de Reina y Antonio del Corro, autores de Sanctae Inquisitionis Hispanicae Artes, libro traducido al inglés, francés, holandés, alemán y húngaro.

La leyenda negra de la Inquisición se convirtió en un arma ya no tanto de fines religiosos sino políticos, presentando a España como la gran enemiga mundial de la libertad, la productividad y el progreso.  Con este fin la utilizaron Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Y en los siguientes siglos  las exageraciones sobre la Inquisición provenían ya no sólo de los protestantes, sino también de la masonería y el comunismo,  y, en la actualidad, también de los movimientos feministas y de la ideología de género.

PETICIÓN DE PERDÓN

Las más rigurosas investigaciones históricas han comprobado unánimemente que es falso que la Inquisición fuera responsable de la muerte de «millones de personas», como popularmente se asegura. Murieron pocos miles.

Sin embargo, es verdad que ninguna persona debió ser torturada ni sentenciada a muerte por herejía.

Por ello, en el año 2000, el Papa Juan Pablo II pidió perdón en nombre de los hijos de la Iglesia «por los errores cometidos en el servicio de la verdad usando métodos que no tienen nada que ver con el Evangelio».

Entender la Inquisición en su contexto histórico

La Inquisición actuó en una época en la que todos los tribunales civiles, penales y de otras religiones utilizaban la tortura y la pena de muerte, de modo que esta característica no es privativa de la Inquisición y sería injusto achacársela de forma exclusiva.

La Iglesia ahora favorece la libertad religiosa y de conciencia, pero en la época del auge de la Inquisición española esos principios apenas empezaban a descubrirse y plantearse. Es una verdad triste, sin duda, pero no podemos reprochar seriamente a los hombres de aquella época que no hayan pensado como lo hacemos ahora.

No todo acusado era un condenado seguro a la hoguera, como supone la gente. Infinidad de casos se cerraban sin que el acusado tuviera siquiera que comparecer; muchísimos acusados salían con una pena equiparable con la penitencia que le habría asignado cualquier confesor, y muchos otros, con cargos más graves, eran condenados a destierro o reclusión, frecuentemente en un convento. Sólo en un porcentaje bajísimo se aplicaba la pena de muerte; pero no la ejecutaba la Inquisición, sino que los reos eran entregados al poder judicial.

La facilidad con la que alguien saca a relucir la consigna: «recuerden los horrores de la Inquisición», es directamente proporcional a la ignorancia que tiene sobre el tema.

No hay que exonerar a la Inquisición de sus muchas y graves culpas, pero sí hay que conocer realmente cuál fue la verdadera Inquisición, no la imaginaria, la de la leyenda negra.

D. A. G.

Tema de la semana / LA INQUISICIÓN: MITOS Y REALIDADES

Publicado en la edición impresa de El Observador del 10 de junio de 2018 No. 1196

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