Por Fernando Pascual
Sorprenden las palabras de Cristo en el Evangelio: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. (…) Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra» (Jn 15,18‑20).
La historia de la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha estado acompañada por esas palabras. Miles y miles de hermanos nuestros, en tantos lugares del planeta, han sido odiados y perseguidos porque antes odiaron y persiguieron a Cristo.
Por eso, cuando llega la hora de la persecución y la prueba, necesitamos renovar la fe en Cristo: su victoria es nuestra victoria, su Resurrección es también nuestra.
Ello no quita la dificultad cuando llega la prueba. A nadie le gusta verse señalado, insultado, despreciado, marginado. En muchos momentos, con juicios falsos, con cárceles inhumanas, con ejecuciones. En otros, como ocurre en países «democráticos», con guante blanco y con desprecios sistemáticos en medios de comunicación o redes sociales.
El odio del mundo sigue presente, porque el mundo obedece a sus señores, a los demonios, a las tinieblas, y busca la destrucción de todo aquel que acoja el Amor y la misericordia que vienen del Hijo del Padre.
No temamos: la victoria es del Cordero. Y también nuestra: «lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, )quien es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1Jn 5,4‑5)
Ante cada nuevo ataque, ante tantas insidias, incluso de familiares y amigos, la fuerza de Dios y la compañía de los buenos hermanos nos permite seguir hacia delante.
Nos unimos así al inmensa multitud de todos los santos, a todos aquellos que consiguieron vencer gracias al don de la misericordia que viene desde un humilde Maestro, que es el Señor del mundo y de la historia, el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen María.