Por Fernando Pascual
Al escoger un modo ético de vivir, los individuos y los grupos suelen adoptar dos presupuestos que merecen ser evidenciados.
El primero consiste en aceptar que el propio modo de vivir sea bueno. Es decir, normalmente uno sigue ciertos criterios y reglas de comportamiento cuando supone que con ellos está viviendo éticamente.
Pensemos, por ejemplo, en quien decide vivir según los deseos e impulsos que surjan espontáneamente de su corazón. Pensará que así es auténtico, libre, capaz de expresarse de modo pleno.
Esto vale también para los grupos. Hay sociedades del pasado, como del presente, que consideran que sus leyes «oficiales» y las normas comunes de educación y comportamiento son válidas, justas, benéficas.
El segundo presupuesto surge cuando se contraponen dos o más modos éticos diferentes, y los individuos o los grupos consideran que el suyo es correcto (bueno, justo) y el otro es equivocado (malo, injusto).
Pensemos, por ejemplo, en personas y sociedades que aceptaron (o incluso hoy aceptan) la esclavitud como algo bueno, y que discuten con quienes aceptaron (o aceptan) que la esclavitud sea algo malo, injusto, indigno.
Los primeros (esclavistas) consideran que los segundos (antiesclavistas) están equivocados. Y viceversa. Lo cual se puede aplicar a ámbitos como el de ciertos impuestos sobre las herencias, o el aborto, o la eutanasia, o las modalidades del repudio, etc.
Estos dos presupuestos (el propio modo de vivir es correcto, otros modos de vivir diferentes están equivocados) necesitan, desde luego, justificación. No basta con decir, como hicieron algunas personas bajo dictaduras del siglo XX, que es bueno obedecer a las órdenes. Eso, como tantas otras cosas, hay que justificarlo.
En el fondo de tales presupuestos late un importante deseo humano: el de llegar al auténtico bien ético, a aquel que realmente conduzca al bien personal y al bien de los grupos.
Igualmente, descubrimos que la diversidad de propuestas éticas no suele resultar indiferente, y que muchos consideran que unas son válidas y otras no. Incluso quien llegase a defender que cualquier propuesta ética sería correcta, estaría pensando que se equivoca quien piensa lo contrario…
Constatar lo anterior es un buen aliciente para dar un paso ulterior: el que nos lleva a profundizar seriamente sobre la validez o falta de validez de los criterios éticos que asumimos, así como de los criterios que permiten declarar por qué modos de vivir opuestos a los propios estarían (o no estarían) equivocados…