Por Fernando Pascual

Hablar, dar opiniones, ofrecer ideas, proponer iniciativas: parece fácil. Basta con tener inventiva, un poco de habilidad para comunicarse con otros, y ese impulso natural que lleva a muchos a decir lo que piensan.

Actuar, ponerse los guantes y arreglar una caldera, ayudar a un anciano en su higiene personal, rellenar los formularios para tener lista la documentación: no es tan fácil. Incluso algunos se sienten casi paralizados.

Nos duele, en tantos ámbitos humanos, encontrar cómo algunos hablan y opinan sin parar, para luego escabullirse a la hora de acometer las tareas más fundamentales.

Al revés, nos alegra, en el camino de la vida, encontrar a personas que se sacrifican y se entregan a tareas, a veces ingratas, pero necesarias y, en muchos casos, meritorias, porque tienen cariño hacia los demás.

Por eso, más que limitarnos a constatar estos fenómenos, vale la pena preguntarnos: ¿soy de los que una y otra vez opinan y discuten, con habilidades mayores o menores, pero luego se esconden si hay que asumir tareas no siempre gratas?

Es cierto que las acciones necesitan, en muchos casos, una palabra para apoyar ciertas causas o para promover una mayor difusión del bien. Pero también es cierto que en otros casos uno lamenta escuchar tantos discursos y luego experimentar cierta soledad a la hora de llegar al trabajo concreto.

En un mundo donde abundan las opiniones, donde la tecnología permite llenar de palabras tantos temas, serán bienvenidos aquellos corazones que descubren las necesidades de los familiares, amigos y conocidos, y que luego invierten parte de su tiempo para promover lo bueno y lo justo.

Lo cual vale, también, en el mundo de la fe. Basta con recordar aquellas palabras del Maestro: «No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Porque de nada sirve, añadía Jesús, escuchar un buen discurso si luego no se lleva a la práctica.

Hablar y actuar. En este día que inicia, tengo oportunidades para lo uno y para lo otro. Lo dicho y lo realizado desde el amor y para el amor, quedará escrito en el corazón de Dios y abrirá en casa, en el trabajo, en otros ambientes, espacios de alegría y señales concretas de bondad auténtica.

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