Por Felipe de J. Monroy
Aquella fotografía tomada desde la faceta de la Luna, de una Tierra diminuta que aparece en la negrura del espacio, es una especie de redención. Es la liberación de la humanidad sujeta a la relativamente pequeña dimensión de nuestro planeta. Por eso comprendemos que el paso que Neil Armstrong dio en esa superficie es un salto gigante para la humanidad entera; porque toda la historia, la ciencia, la fe y la indomable curiosidad humana se condensaron en ese hálito cuyas palabras representan el despertar de un sueño en la penumbra.
Hasta ese momento, la presencia humana sobre la superficie de la Luna pertenecía al inasible reino de la ensoñación; a una proeza de naturaleza imposible que, sin embargo, paulatinamente se concretaba mediante los avances de una carrera espacial alimentada de egos, sospechas y nefastas pasiones. Los desechos de ese empeño espacial aún están allí, flotando indiferentes en la vastedad del cosmos, sujetos a leyes de una física que aún no comprendemos del todo; aún hay penumbra en esa fotografía de la Tierra desde la Luna porque aún hay sombras en el alma del hombre y de los pueblos.
Pero el descomunal logro que hizo ver la Tierra tan pequeña produjo un atisbo renovado sobre nuestro mundo y adquirió una nueva belleza, una que era difícil de percibir porque la teníamos muy cerca de la mirada. Aristóteles advertía: «La hermosura consiste en proporción y grandeza; la belleza es proporcional a la vista del hombre». De tal suerte que aquel pequeño paso y aquel gran salto nos ayudaron a poner perspectiva a esa descomunal realidad que es nuestro milenario paso por la Tierra. La frase de Armstrong es igual primitiva y perenne: Hombre y humanidad como el uno y el todo porque no se ve dónde acaba ni si las partes se continúan entre sí para componer un todo.
Un hombre, una humanidad
La humanidad como creación indómita que a la vista de la historia resiste al malogrado empeño de todos los hombres; y el hombre, individuo frágil y breve, capaz de una trascendencia de aquiescencia divina. Esos son los sujetos de la frase de Arms- trong, pero en sentido inverso: el hombre es portentoso e indómito y la humanidad es de una fragilidad conmovedora.
La pisada de un sólo hombre en la luna es la huella de una humanidad entera impresa más allá del sitio donde nació y de las aparentes fronteras que el Creador le dio para vivir; sí, pero la pisada de cualquier hombre en dirección a la trascendencia siempre está dentro de la llamada al conocimiento y al amor, en la vida de Dios: «Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en Ti mismo y Te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu bien eterno» (Santa Catalina de Siena).
«Me resisto a aceptar que la humanidad se encuentre trágicamente atrapada en la negrura de la noche», apuntó Martin Luther King Jr. y ese espíritu de rebeldía no debate la intención del Creador porque creó al hogar del hombre con especial cariño y al hombre con aún más dignidad: «Es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma», apunta la Biblia de tal manera que llegue a donde llegue, esté donde esté, el hombre nunca está solo ni la humanidad está carente de su Creador. Bien dice el Pirkei Avot o el Tratado de los padres, de tradición hebraica: «Aquel que hace honores a la ley divina, recibe honores de la humanidad».
El gran salto de Armstrong es el pequeño paso de la humanidad en búsqueda de un destino que siempre escapa: la conquista del espacio y de los cuerpos celestes pertenece a una naturaleza épica. Armstrong sintetiza en una pequeña frase la epopeya humana: «Éste es un pequeño paso para un hombre, pero un gigantesco salto para la humanidad». La frase que expresó Neil Armstrong aquel 21 de julio de 1969 al descender la escalerilla del módulo lunar del Apolo 11 puede estar llena de simbolismo poético y significados figurados o puede ser tan literal como suena: Un hombre que da un paso porque todos los esfuerzos científicos de toda una humanidad se coronaron con esa proeza. Una humanidad que no parará en su sendero a la trascendencia porque Dios es el faro que ilumina cualquier horizonte.
Tema de la semana: El hombre pisa la luna
Publicado en la edición impresa de El Observador del 22 de julio de 2018 No. 1202