En todas las épocas y latitudes las religiones han sido fuente de inspiración artística. Y no es de extrañar que si aun en ambientes paganos el sentido de la trascendencia ha sido capaz de crear obras de innegable belleza, para el caso del cristianismo, seguidor del único Dios verdadero, quien es la Belleza misma,  dicho fenómeno sea especialmente notable; por eso las más grandes obras de arte —musicales, pictóricas, escultóricas, religiosas, etc.— son cristianas sin duda.

El arte cristiano es testimonial, devocional, evangelizador y litúrgico. El concilio Vaticano II, en su Constitución Sacrosanctum concilium, recuerda que la Iglesia «fue siempre amiga de las bellas artes, buscó constantemente su noble servicio, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales».

Y como en  la construcción de la Nueva España la religión cristiana fue determinante, no es de extrañar que  en México el arte sacro haya sido parte de su identidad. En especial la arquitectura tuvo un papel central:

A partir de 1540 inició la política masiva de congregación de indios en pueblos urbanizados a la usanza española, siempre con su templo católico en el centro, no sólo como símbolo de la evangelización sino como sitio real a partir del cual los habitantes de la comunidad dirigían toda su convivencia social, tanto en el aspecto religioso como cívico, convirtiéndose estos recintos sagrados en formas concretas de identidad de cada pueblo y etnia.

Aunque en el siglo XVI la arquitectura de los templos y conventos partiera de los estilos europeos,  la participación de la mano indígena en su construcción les confirió un carácter cultural muy particular, no sólo por la decoración de las fachadas y murales con signos que los fieles nativos eran capaces de interpretar, sino también por el uso de técnicas y materiales precolombinos para ayudarse a levantar los templos.

El hecho es que, con el paso del tiempo, hubo ciudades en México en las que se multiplicó notablemente el número de edificaciones cristianas. Ahí está, por ejemplo, el emblemático caso de Cholula, en el estado de Puebla, donde la abundancia de templos cristianos tuvo esta razón de origen:

Durante la época prehispánica, la importancia de Cholula para adorar a los falsos dioses era notable en la región. Por eso Hernán Cortés, al observar el número de templos paganos en aquel sitio, se propuso construir encima de cada uno de ellos un templo cristiano. Es que a Cortés pueden señalársele varios abusos durante la Conquista de México; pero lo que no se le puede negar es su celo por la fe cristiana.

En los siguientes siglos, la abundante construcción de templos cristianos en México también estuvo motivada por el espíritu de la contrarreforma, que buscaba reforzar la identidad católica frente a la influencia del protestantismo, que hacía estragos en algunos lugares de Europa y que podía permear en América.

Ahora bien, la Iglesia ha dejado siempre a los artistas un amplio margen creativo; por eso los arquitectos han de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el misterio divino, de manera que el templo no parezca un simple lugar de reunión, sino que trasmita lo que es:

Un lugar sagrado, es decir, elegido, separado y destinado con carácter permanente para el culto de Dios;  un lugar de gran dignidad, por la presencia real de Dios, y por ello de suma belleza; y un lugar de encuentro entre lo divino y lo humano, por tanto debe expresar simultáneamente la omnipotencia de Dios y la pequeñez del hombre.

Por ello no cualquier artista debería enfrascarse en el proyecto de un templo cristiano. En la época contemporánea desgraciadamente ha sucedido más de una vez que se encarga el proyecto de un edificio sacro a un arquitecto de escasa o nula fe  católica, y el resultado es una estructura insípida, que en nada contribuye a elevar el espíritu de la feligresía hacia el Altísimo.

Pero, a Dios gracias, a lo largo de la historia del cristianismo no han faltado —en el mundo y también en México— arquitectos enamorados de su Creador, que han proyectado y levantado bellísimos recintos que en cada detalle glorifican al Rey de reyes.

Muchos de estos artistas son anónimos; y entre ellos puede mencionarse a los constructores de las colosales catedrales europeas en los inicios del segundo milenio del cristianismo. Ellos sabían que sus nombres no serían recordados, que trabajaban sin crédito a cambio; pero su celo por el Señor los hacía cuidar hasta los más pequeños detalles aun en los más escondidos rincones, sabiendo que, aunque la gente no pudiera siquiera notarlos, Dios, que todo lo ve, sí los apreciaría porque los estaban dedicando a Él.

Lo mismo puede decirse de los constructores y decoradores de los templos católicos de la época de la colonia en México: indígenas, mestizos y españoles que hicieron bien su trabajo, movidos por el deseo profundo de glorificar con sus manos a su Señor y Salvador.

En cuanto a arquitectos cristianos sí conocidos, puede mencionarse, por ejemplo, al español Antoni Gaudí, autor del proyecto de la asombrosa Basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona.  O al mexicano Nicolás Mariscal y Piña, quien diseñó el emblemático santuario de Cristo Rey en el cerro del Cubilete.

  • «A través de la Belleza se puede conocer a Dios como origen y fin del universo. Porque Dios es Verdad, Bondad y Belleza y el hombre está creado a imagen y semejanza de Dios». (Catecismo de la Iglesia Católica)
  • «El arte auténtico contribuye a despertar la fe adormecida. Abre el corazón al misterio del otro. Levanta el alma de quien está demasiado decepcionado o demasiado cansado para seguir esperando». (Juan Pablo II)
  • «Si nuestra fe sigue viva, toda esta herencia tampoco muere, sino que sigue presente en las catedrales, iconos, música, pintura, literatura; todo es un destello del espíritu de Dios».(Benedicto XVI)
  • «La pintura, a través del color, y la escultura, mediante la forma, representan los organismos existentes. Figuras, árboles, frutas expresan su interioridad a través de su exterioridad. La arquitectura crea el organismo. Por ello, tiene que regirse por una ley en armonía con las de la naturaleza. Los arquitectos que no se atienen a este principio hacen chapuzas en lugar de una obra de arte». (Antoni Gaudí)
  • «Honremos, señores, al arte; tributémosle fervoroso culto, identifiquémonos con él; así estrecharemos la unión de dos mundos, el corpóreo y el espiritual». (Nicolás Mariscal)

TEMA DE LA SEMANA: ¿LA ARQUITECTURA TIENE RELIGIÓN?

Publicado en la edición impresa de El Observador del 26 de agosto de 2018 No.1207

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