Por Luis Fernando Valdés
En su reciente viaje a Palermo, «capital» de la mafia siciliana, el Papa condenó al crimen organizado. Dijo que un mafioso «con su vida insulta el nombre de Dios». ¿Por qué el Pontífice desafía a estos criminales?
El motivo del viaje
Francisco hizo este viaje, el pasado 16 de septiembre, para honrar la memoria del padre Giuseppe Puglisi, llamado afectuosamente «don Pino» por sus feligreses, pues se cumplieron 25 años de que fuera asesinado por la mafia, pues el hoy beato se opuso al control de la organización criminal sobre los barrios más conflictivos de Palermo.
Don Pino rechazó los donativos que hacían los grupos mafiosos y se opuso con firmeza a los honores que se les concedía a los «capos» durante las fiestas patronales que, tradicionalmente, empleaban para sus propios intereses.
Además, el padre Puglisi organizó un hogar para salvar de la mafia a cientos de niños del barrio Branca- ccio, pues eran utilizados para transportar droga. El 15 de septiembre de 1993, cuando cumplía 56 años, don Pino fue asesinado por la mafia siciliana frente a su parroquia en Palermo. Fue beatificado por Francisco el 25 de mayo de 2013.
Ante una sociedad dañada
Para entender correctamente el gesto de Francisco de ir a la tierra de la mafia es importante entender el contexto. No se trataba de un acto de bravuconería del Papa, sino de una visita para llevar esperanza a los sicilianos en medio de una crisis social.
El Papa dijo a los miles de feligreses ahí reunidos que «no son pocas las heridas que los afligen». Y las enunció: «subdesarrollo social y cultural, explotación de los trabajadores y falta de una ocupación digna para los jóvenes, migración de núcleos familiares completos, usura, alcoholismo y otras dependencias, juego de azar, ruptura de los lazos familiares».
El Pontífice reconoció que frente a tanto sufrimiento, «la comunidad eclesial puede presentarse, en ocasiones, confusa y cansada», y por eso invitó a reflexionar sobre «las heridas de la sociedad y de la Iglesia», para encontrar en ellas a Cristo y vivir la caridad en esas circunstancias concretas.
Más que una condena, una invitación a cambiar
En la homilía, pronunciada en el Foro Itálico, donde Juan Pablo II hizo una histórica condena a la mafia, el Papa Francisco dijo con toda claridad que no se puede creer en Dios y ser mafioso.
La razón es clara: «Quien es mafioso no vive como cristiano, porque blasfema con la vida el nombre de Dios-amor». Explicó también la diferencia entre la actitud de un mafioso y la de un cristiano: «Hoy tenemos necesidad de hombres de amor, no de hombres de honor; de servicio, no de opresión; de caminar juntos, no de perseguir el poder».
El Papa insistió en el contraste entre un criminal y un cristiano: «Si la letanía mafiosa es: ‘tú no sabes quién soy yo’, la oración cristiana es: ‘Señor, ayúdame a amar’». Entonces, Francisco hizo la siguiente invitación a los malhechores.
«Por ello, a los mafiosos les digo: ¡Cambien! Dejen de pensar en ustedes mismos y en su dinero. ¡Conviértanse al verdadero Dios de Jesucristo! De otro modo, su vida quedará perdida y será el peor de los fracasos».
Epílogo
Además de afrontar día a día la dura crisis actual de la Iglesia católica, Francisco continúa con su agenda de llevar el Evangelio a una sociedad también en crisis. El Papa cuida del Pueblo de Dios y de la sociedad, y propone el mensaje de Jesucristo como la gran respuesta a nuestra época.
Dado que el tejido social de América Latina también está dañado por grupos criminales que trafican personas, distribuyen drogas y secuestran y matan a millares de inocentes, extorsionan a migrantes, etc., el mensaje de Francisco también se aplica a aquí: no se puede ser cristiano y narcotraficante, ni sicario, ni tratante de personas. También hay que decir a los criminales de acá que es tiempo de mirar a Dios y cambiar de vida, para que juntos reconstruyamos la sociedad.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 30 de septiembre de 2018 No.1212