La mayoría de los que ayudaron a salvar a la cristiandad luchando en la batalla de Lepanto fueron españoles. Y entre ellos estaba uno de los más grandes exponentes de la literatura universal, además de padre de la novela moderna, Miguel de Cervantes Saavedra.

El autor de la obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (publicada en 1605), tenía 22 años de edad cuando en 1569 salió de España para instalarse en Roma; ahí trabajó para Giulio Acquaviva, que en 1570 se convirtió en cardenal, tras lo que Cervantes se enlistó en los tercios españoles para ocupar la plaza de soldado en la compañía que capitaneaba Diego de Urbina. Miguel soñaba con ser oficial de los tercios.

Al siguiente año tuvo lugar la batalla de Lepanto, en la que participó su compañía.

Aunque el día de la batalla estaba enfermo, por lo cual tenía derecho a quedarse fuera del combate, decidió participar.

Él estaba combatiendo en la galera «Marquesa» como jefe de un grupo de arcabuceros españoles —el arcabuz es un arma de fuego parecida a un fusil—, cuando fue herido dos veces por arcabuceros otomanos: una vez en el pecho y otra en la mano izquierda.

A raíz de eso, Cervantes, de apenas 24 años de edad, perdió permanentemente la movilidad de su mano, lo que le valdría el apodo de «El manco de Lepanto» aunque nunca se la amputaron. Pero aún tenía función la mano derecha, con la cual escribiría maravillosamente en los siguientes años.

A pesar del daño sufrido, a Cervantes su participación en la lucha lo enorgulleció toda su vida, pues él conocía la importancia radical que ésta tuvo para la historia universal. Así expresó por escrito lo que la batalla significó:

«La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros».

Después de la batalla, y una vez curado de sus heridas, Miguel planeó regresar a España. Don Juan de Austria, líder de la Santa Liga, lo premió con cartas de recomendación, y lo mismo hizo el duque de Sessa; pero cuando en 1575 viajaba en barco de regreso a su patria, éste fue interceptado por piratas turcos, que al ver las cartas creyeron que Cervantes era un importante príncipe y se lo llevaron prisionero a Argelia, pensando cobrar mucho dinero por su rescate.

Como la familia de Cervantes era muy pobre, no tenía forma de pagar, así que Miguel estuvo varios años en cautiverio; y fue ahí donde empezó a pensar en sus primeros personajes.

En la cárcel participó en diversos intentos de fuga que fracasaron, pero nunca delató a sus compañeros participantes, sino que, ante sus captores, siempre se echó toda la responsabilidad de aquellos intentos de huir.

Finalmente un grupo de frailes trinitarios viajaron a Argel para recuperar presos, llevando dinero recaudado en España para dicho fin, y en septiembre de 1580 Miguel de Cervantes Saavedra pudo ser rescatado.

Redacción

LO QUE EL GRAN ESCRITOR ANOTÓ AL RESPECTO

HABLANDO DE SÍ MISMO:

«Éste que veis aquí (…) llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra: fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria».

HABLANDO DE LA VICTORIA:

«Y aquel día, que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada…».

TEMA DE LA SEMANA: LA BATALLA QUE SALVÓ A LA CRISTIANDAD

Publicado en la edición impresa de El Observador del 7 de octubre de 2018 No.1213

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