Por Luis-Fernando Valdés

Luego de 60 años de conflicto entre el gobierno comunista chino y la Santa Sede, ambas partes llegan a un acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos. Ofrecemos hoy un breve análisis para comprender el alcance de este pacto, que logra reunir de nuevo a los católicos chinos.

El origen del problema

Después de la llegada del comunismo a China, el régimen consideró a Roma y al Papa como influencias externas al país, que podrían provocar desacuerdos con el gobierno. Por eso, el régimen creó la Asociación Católica Patriótica China en 1957, para coordinar a todos los obispos de ese país.

La situación se tornó crítica cuando esta Asociación nombró obispos sin el permiso de Roma y dando lugar a la llamada «Iglesia oficial». Esos obispos automáticamente quedaron excomulgados, dando lugar a un cisma.

Ese mismo deseo de control directo del gobierno chino, más allá de las funciones legítimas de los poderes del Estado, hizo que apareciera el fenómeno de la «Iglesia clandestina», que son las diócesis cuyos obispos están reconocidos por Roma pero no por el gobierno, y por eso son perseguidos y arrestados.

La solución provisional

Después de muchos años de pacientes negociaciones, el pasado día 22 de septiembre la Santa Sede y la República Popular China alcanzaron un acuerdo provisional, que tiene como núcleo el complicado tema del nombramiento de obispos.

El vocero del Vaticano, Greg Burke, señaló que «el objetivo del acuerdo no es político, sino pastoral, permitiendo a los fieles tener obispos que estén en comunión con Roma y, al mismo tiempo, que sean reconocidos por las autoridades chinas».

Este acuerdo permitirá que desde ahora sea el Papa quien nombre a los obispos chinos, como enfatizó Francisco en la conferencia de prensa en el vuelo de regreso del viaje a los países bálticos. Se tratará de un proceso en que el gobierno chino podrá proponer candidatos, que deberán ser aceptados o rechazados por el Papa.

Una medida no fácil de entender

Desde comienzos de este año, cuando se rumoraba la firma de este acuerdo, algunos católicos chinos clandestinos, como el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, manifestaron que se sentían «abandonados» por la Santa Sede, a pesar de su resistencia a los embates del gobierno.

Por eso, Francisco dirigió una carta a los católicos chinos, el pasado 26 de septiembre, en la que explica los motivos del acuerdo. El Pontífice ahí manifiesta que es «consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos encontrados».

Añade que «en algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro»(n. 1).

Y, por eso, los invita a ellos y a toda la comunidad católica china a «permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles». Y les pide «que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión» (n. 6).

Epílogo

En todo pacto de paz cada una de las partes pierde algo para poder ganar lo más grande, recordó el Papa Francisco, con motivo de este acuerdo. Aunque el «precio» fue caro (pedir a la Iglesia clandestina acoger a los obispos oficiales, gesto doloroso para los que tuvieron que resistir la persecución), la ganancia para la Iglesia fue muy grande: garantizar la comunión de todos los obispos chinos con la Santa Sede. Así ha desaparecido el cisma «de facto» que existía en la Iglesia católica china.

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Publicado en la edición impresa de El Observador del 7 de octubre de 2018 No.1213

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