Por Luis-Fernando Valdés
La numerosa caravana de migrantes hondureños rumbo a Estados Unidos, que llegó a México, reavivó una inquietud: que los inmigrantes son un peligro para el país que los reciba. ¿Dejar su nación los convierte en criminales? ¿Se puede quitar este prejuicio?
Trump y las caravanas
Desde hace tiempo, para huir de la violencia y la pobreza de sus regiones, cada año migrantes hondureños y otros centroamericanos organizan caravanas para protegerse un poco de los peligros del camino hacia Estados Unidos, como extorsiones, asaltos, secuestros y violaciones.
Estas expediciones casi siempre pasan desapercibidas, pero en marzo de este año Trump puso ante la opinión pública mundial a una de ellas, a la que acusó por Twitter de representar un peligro para la seguridad estadounidense. (NYT, 3 abr. 2018)
Nuevamente, con la reciente caravana hondureña que acaba de llegar a México, el presidente estadounidense volvió a referirse a estos migrantes como si fueran criminales y desplegó en su frontera sur a unos 5 mil soldados para rechazar a las caravanas que, según él, «también están formadas por algunos matones y pandilleros muy malos». (BBC, 5 nov. 2018)
Un temor generalizado
La ayuda de las autoridades mexicanas, así como de la Iglesia católica y otras Iglesias cristianas, a los miembros de esta caravana ha sido muy generosa: se les ha dado refugio, alimentos y orientación jurídica.
Sin embargo, un artículo del sociólogo Pedro L. Arana pone de manifesto el fenómeno de temor y rechazo que esta última caravana ha suscitado entre un sector de los mexicanos, ante el anuncio del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, de otorgar visas de trabajo a los migrantes centroamericanos.
El temor de ese segmento de la población mexicana –que es compartido también por personas de otros países– contiene bastantes prejuicios contra estos migrantes, y queda reflejado en frases como: «van a quitarle trabajos a los mexicanos», «son delincuentes», «van a acabar con la cultura nacional», etc.
Riqueza cultural
Cuando se pone la etiqueta de «criminal» o de «peligroso» a un migrante por el mero hecho de cruzar sin visado una frontera, se comete una gran injusticia. No es verdad que cada migrante sea un delincuente o que lo vaya a ser; al contrario, la gran mayoría de ellos busca convertirse en un trabajador, incluso de las labores más humildes.
Además, los migrantes siempre aportan las riquezas de las culturas en las que se criaron. Por eso, el Papa Francisco invita a los países «a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales». (Evangelii Gaudium, n. 210)
Por eso, el Pontífice alaba a «las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo»; y también exalta a las localidades que «conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro». (Ibidem)
Epílogo
Cada ser humano es una persona dotada de dignidad y esto es previo a su condición de residente o de migrante, de rico o de pobre. Por eso es una gran injusticia tildar de criminales a las personas que se desplazan de un país a otro para buscar paz y mejores oportunidades laborales.
Esta caravana migrante pone sobre la mesa varias tareas fundamentales, como la ayuda a los países de origen por parte de las naciones más desarrolladas para que sus pobladores no tengan que abandonar su patria y como el acercamiento de los medios de comunicación a la realidad de los migrantes para mostrar su verdadero rostro de personas sufrientes, no de criminales.
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Publicado en la edición impresa de El Observador del 18 de noviembre de 2018 No.1219